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Patrioterismo deportivo

KOLDO UNCETA "Athletic como era vasco, todos le tenían asco", rezaba el estribillo que aprendimos a cantar de niños, con una melodía que se incluiría posteriormente en el renovado himno oficial del club. Desde entonces hasta hoy ha llovido mucho, pero los cambios habidos en el panorama sociológico no necesariamente han servido para superar algunos viejos demonios. Sin ir más lejos, hace unos días, el informativo de ETB abría con una información que no hablaba de Timor, ni de Lizarra, ni de Pinochet, sino de una campaña orquestada contra Abraham Olano, a raíz de su abandono en la Vuelta a España, campaña que sólo tenía una explicación en palabras del locutor: "Ser de Anoeta, ser vasco en definitiva". La obsesión por dibujar con tintes patrioteros la información deportiva que se ofrece a través de los medios de comunicación, no es algo nuevo, ni se reduce al ámbito del País Vasco. Año tras año, quienes disfrutamos del ciclismo, tenemos que sufrir a los periodistas de Televisión Española que cubren la información del Tour, quejándose de lo poco que enfocan las cámaras a los corredores de este lado de los Pirineos, por el hecho de ser españoles. Expresiones de parecido tenor se escuchan en boca de los más variados comentaristas deportivos, de los más variados países, referidos a los más variados deportes, y en las más variadas circunstancias. Parece como una plaga que nos ha tocado vivir... y sufrir. Que el personal queme la adrenalina sobrante en los estadios de futbol, en las canchas de baloncesto, en las carreras ciclistas, y, últimamente, hasta en los campos de golf, no es algo demasiado novedoso. Que muchas frustraciones personales, laborales o familiares se diluyan los domingos por la tarde si gana el equipo de uno, tampoco constituye nada nuevo. El deporte de masas, el que atrae grandes multitudes de enfervorizados seguidores, es un fenómeno profusamente tratado por no pocos psicoanalistas. Sin embargo, los éxitos o fracasos deportivos -que los seguidores viven como propios-, se asocian de forma cada vez más acusada a éxitos o fracasos nacionales. Hasta cierto punto, uno puede entender que la gente prefiera que gane el equipo de Euskadi, de España o de Finlandia en el caso de los finlandeses, cuando se trata de competiciones en las que concurren representaciones de diversos países. Y digo hasta cierto punto porque muchas veces los que compiten no lo hacen por el honor o la ilusión de representar al equipo de un país, sino por la pasta gansa que se embolsan. Pero bueno, dejémoslo estar. Lo que resulta más complicado de entender es el fervor desatado por las peripecias de un piloto de coches en un circuito de Australia, o de una tenista en las pistas de París, no por lo bien o mal que conduzca o que juegue al tenis, sino por el hecho de ser español, alemán, noruego, o vasco. Casi siempre se trata, además, de gentes que compiten a título individual, profesionales dedicados a ganar dinero con el deporte, como otros lo ganan fabricando tornillos o dando clases en un colegio. Personajes que muchas veces saltan a las páginas de los periódicos por haber evadido impuestos en el país que les aclama como sus héroes, demostrando lo partícipes que se sienten de de los destinos colectivos patrios. Y, sin embargo, un día y otro desayunamos, comemos y cenamos con la exaltación de sus nombres en los periódicos, radios, y televisiones, cada vez que ganan un trofeo... y un millón de dólares. No vamos a descubrir a estas alturas las pasiones colectivas asociadas al deporte. Se trata de un fenómeno demasiado arraigado en nuestras sociedades, y que poco tiene que ver estrictamente con la actividad deportiva o con la belleza del deporte. Pero su estímulo permanente, en clave patriotera, en los medios de comunicación, empieza a resultar una pesadez, y hasta una horterada.

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