El último vendedor "por semanas"
-No los comáis, no los comáis, que están envenenaos.Vicente Álvarez, El Telero, recuerda todavía los años del hambre. Los años del engaño. Cuando recogía el pan que tiraban los aviones "nacionales" sobre un Madrid de bombas y miseria. Y las advertencias de los más avispados para que nadie lo recogiera. Vicente, El Telero, niño entonces, no hacía caso y recogía, presuroso, los panes de Franco. Él nació en Laujar de Andarax (Almería), pero desde niño ha vivido en una callecilla cerca del Rastro. Casa de corredor y patio, con un retrete para todos los vecinos.
Vicente, El Telero, recuerda todavía su lucha por adelantarse a los demás mocosos del barrio y abrir las puertas de los coches de los señoritos del estraperlo. Estaba en sociedad con otros niños. Y, al final del día, juntaban las ganancias y se repartían las perragordas, las perrachicas y las escasas rubias. Habían inventado, sin saberlo, un comunismo infantil y primitivo.
Si Vicente quisiera, Vicente podría contar la historia de una España de niños más listos que el hambre, espabilados a fuerza de buscarse la vida en el asfalto, hombrecillos de un metro escaso. Y contaría cómo entraban en panda -seis o siete- al cine Doré, con una entrada menos. Y con lo ahorrado se compraban una milhoja enorme y pegajosa. Contaría cómo en una ocasión el acomodador contó las pringosas entradas y comprobó -claro- que faltaba una. Y les dijo que no podían entrar. Y, entonces, uno de los chavales le aplastó en la cara la milhoja. Y vinieron los guardias que siempre había en los cines. Y los muchachos salieron corriendo y durante un tiempo no pudieron volver al Doré. Podría escribir una novela con lo que él ha vivido, con lo que él sabe. Pero Vicente, El Telero, no quiere contar nada. Si quisiera...
-Si yo le contara... Lo que pasa es que yo no quiero contar nada. ¿Para qué? Hemos pasado muchas fatigas, ¿sabe? ¡Huy, si yo le contara!
Si Vicente, El Telero, quisiera, podría contar que él empezó, con 9 o 10 años, con un familiar en esto de la venta casa por casa, en esto de la venta por semanas o por meses. Contaría que él vendía al principio cacharros de porcelana, de ésos con el sello azul en el culo: El Ciervo o San Ignacio.
-Una vez estuve a punto de arruinarme.
Había comprado un lote de orinales de porcelana y el saco se le vino abajo en la cuesta de las Descargas. Rodaron los orinales y saltó la porcelana. Todo quedó destrozado en las piedras.
-Una ruina, ya le digo.
Luego fue ampliando el negocio y comenzó a vender telas, piezas de sábanas para el ajuar de la niña, colchas, cortes de traje y camisas para amortajar al abuelo que, al fin, el hombre estrenó algo. Poco a poco fue haciéndose con una clientela fiel y, en la mayoría de los casos, cumplidora. Aunque también podría contar de miserias, de gente que no podía pagar ni las cinco pesetas de la semana.
Todo el mundo le conoce y él saluda a todo el mundo. Siempre de prisa, de calle en calle, con un bolsón de plástico en la mano.
Con su agenda llena de teléfonos. Cuidadosamente apuntado cada nombre, cada fecha de cobranza. Los clientes cambian de barrio y Vicente les sigue a donde vayan.
En su oficio quedan muy pocos. ¿Dos? ¿Tres? En su familia nadie se dedica ya a esto. Y con él se perderá, posiblemente.
-Es muy duro, no crea. Se anda mucho. Hay que hacer mil gestiones que, seguramente, ya ni compensen económicamente. Muy duro. Si yo le contara...
Si Vicente quisiera contar, contaría cómo ahora vende desde ordenadores a lavadoras, desde camisas a calderas de calefacción. Él, mejor que nadie, sabe cómo ha cambiado el país. A través de sus ventas se podría conocer cómo han evolucionado los hábitos de consumo de los españoles. Mejor que con cualquier estudio sociológico. Si el ministro de Economía fuera listo, tendría a Vicente, El Telero, de asesor. Y Vicente le podría contar cuáles son las preocupaciones de las familias, sus aspiraciones, lo que quieren comprar y lo que pueden pagar. Lo que gastan al mes y lo que ahorran. Pero los ministros no salen a las calles y, cuando lo hacen, van siempre en coche oscuro. Y no hablan con Vicente de esas cosas. Un error. Porque Vicente ve tantas cosas.
-Veo de todo, ya le digo. Si yo le contara... Lo que pasa es que Vicente no quiere contar. Pero si quisiera...
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.