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Amores

Rosa Montero

Siempre me han interesado los misteriosos vaivenes de amor de las muchedumbres: como, por ejemplo, el inesperado y espontáneo dolor popular tras la muerte de Kraus. Interpretar tus propios sentimientos ya resulta un trabajo dificilísimo, de modo que intentar entender el magma emocional de un colectivo me parece poco menos que imposible. No hay analista capaz de predecir los estallidos pasionales de un grupo social; el inusitado y repentino fervor de los iraníes por el imam Jomeini, por ejemplo, derrocó al sah de Persia ante el estupor de los expertos.A menudo estas enigmáticas explosiones de amor público no se corresponden con la realidad: el adorado Jomeini inundó su país en un baño de sangre, y la histeria desatada en torno a la pobre y desequilibrada princesa Diana tuvo mucho de absurda. Incluso aquellas veces en las que los personajes ensalzados parecen ser verdaderamente dignos de elogio, el misterio perdura. Por ejemplo, Kraus era a no dudar un hombre íntegro y admirable, pero ha habido muchas otras personas tan admirables como él que fallecieron discretamente, sin se crease en torno a ellas ese sentimiento de orfandad popular. Me pregunto por qué.

Influye, estoy segura, el morir en plena fama: la popularidad es así de frívola y de injusta, y hay una muerte primera y definitiva que es la de la vejez callada y el olvido. Pero además, y en el caso de Kraus, creo que también cuenta la transparencia de sus emociones. Me refiero al cariño a su mujer, que sonaba tan sincero; y al dolor de la pérdida. Las sociedades eligen ciertos símbolos públicos para compartir con ellos sus propios duelos. Es lo mismo que está sucediendo con Gorbachov.

Kraus y Gorbachov parecen dar fe de un milagro de la cotidianidad: el cariño que no muere, el amor que triunfa, pese a las canas, y a la derrota del cuerpo, y al contacto corrosivo de la convivencia. Sin duda ambos atravesaron por momentos horribles con sus parejas: no puede ser de otro modo cuando se vive juntos tantos años. Pero eso es lo más fascinante y lo más meritorio: a pesar de las inevitables catástrofes, perseveraron. Se les ama, me parece, porque son los héroes de la vida pequeña.

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