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Cuestiones terrenales

JUSTO NAVARRO El consejero de Educación, Manuel Pezzi, escapó el miércoles, por el garaje de su oficina, de la invasión de los profesores de los colegios concertados, en su mayoría católicos. Antes habían pasado los profesores por el Palacio Episcopal de Sevilla, donde pidieron la intervención de su Iglesia: que el arzobispo medie ante la Administración para que suban los sueldos. Los colegios católicos, privados, seleccionan y disciplinan a su personal, pero dejan en manos del Estado el siempre desagradable asunto del dinero. Mientras los profesores de Sevilla luchaban por sus salarios, el Estado garantizaba para la Iglesia católica unos ingresos mínimos anuales de 21.000 millones de pesetas, a cuenta de las cantidades asignadas para la Iglesia por los contribuyentes católicos en la declaración del IRPF. Parece que cada vez hay menos católicos que ofrezcan a la Iglesia un pellizco de sus impuestos, pero el Estado constitucionalmente aconfesional ha decidido financiar a la Iglesia católica por encima de lo que disponen sus fieles contribuyentes. Probablemente exista algún católico que no vea bien esta injerencia del Estado en los asuntos de su Iglesia, ni el lugar de privilegio de una sola Iglesia, la suya, en los impresos del IRPF. Andalucía es una de las zonas más católicas de España: casi uno de cada dos contribuyentes andaluces paga a la Iglesia católica la limosna tributaria. Comparte fe con otras regiones electoralmente de izquierdas, como Castilla-La Mancha y Extremadura. No sé si esta devoción tiene que ver con el peso secular de la Iglesia en nuestra vida de todos los días, desde la Reconquista, pero es evidente que nuestras ciudades están atravesadas por la Iglesia y sus iglesias con campanario, sus rosarios de la aurora y sus multitudinarios y tronantes desfiles. Esta Iglesia pasa, sin demasiados escrúpulos, de la persuasión a la intimidación, escoltada en las ocasiones más solemnes por las fuerzas armadas del Estado. Esta Iglesia, como todas, aspira a impregnar la vida entera de sus fieles, incluso sus impresos de Hacienda. Borges citaba una broma de Macaulay: hablar de gobiernos protestantes o católicos es como hablar de un modo de guisar esencialmente protestante o un modo de equitación fundamentalmente católico. Pero aquí ha llegado a existir un modo de guisar y comer fundamentalmente católico, un rico recetario de potajes, bacalaos cuaresmales y dulces de repostería. La gastronomía afecta al cuerpo mortal: es muy sentida, se graba en la memoria y las costumbres. La Iglesia católica no es una secta, pero ha conseguido que casi todas las religiones que le disputan el mercado de las almas sean consideradas sectas, es decir, sociedades secretas, en los límites del Código Penal. Conozco a muchos católicos, y casi todos me dicen que consideran un capítulo de la literatura de la infamia la doctrina papal sobre materias fundamentales: la natalidad o la pena de muerte, el principio y el fin. Es que la doctrina de esta Iglesia tan exigente con el Estado choca con la Constitución del Estado: la Iglesia católica acepta, por ejemplo, la pena de muerte, la supresión del reo, como dice su Catecismo con escogidas y delicadas palabras brutales.

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