Reestructurar la ONU
Como la democracia -cuya proyección internacional encarna-, las Naciones Unidas tienden a ser presentadas como el menos malo de los regímenes. Kennedy, por ejemplo, recordaba a sus críticos que los países poderosos no la necesitaban para imponerse. Pero todo tiene sus límites: ese sindicato de naciones puede ser tan débil que no logre hacer cumplir sus normas a sus asociados; peor aún: puede estar corrompido, de modo que resulte útil a los poderosos para imponerse hábilmente, sin tener que recurrir a la fuerza. Cuando esto último es demasiado descarado, ese truco pierde hasta esa perversa, antidemocrática, utilidad.El desprestigio de las Naciones Unidas al organizar el referéndum de Timor Oriental y no defender la opción de ese pueblo; más aún, al huir y abandonar casi plenamente Timor ha llegado a límites insoportables, hasta para los países poderosos, que tantas veces la utilizan para manipular a los demás.
Para que sea de nuevo útil y creíble, necesita una profunda reestructuración, empezando por su cabeza, un Kofi Annan que no tuvo primero ni la inteligencia necesaria para prevenir el genocidio, ni después el valor exigible para enfrentarse a él. No se diga tampoco que el problema está "resuelto". Porque aunque mañana se acabaran las matanzas, se restableciera la paz y llegara la independencia, los genocidas han conseguido fundamentalmente su principal objetivo: una sangrienta venganza de quienes se han atrevido a pedir librarse de sus verdugos (recordemos que los indonesios habían matado ya antes del referéndum a un cuarto de la población de Timor) y una lección inolvidable a aquellos otros pueblos que, en cualquier otro lugar, osaran reclamar sus derechos y confiar en las Naciones Unidas.- . .
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