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Tribuna:LA HORMA DE MI SOMBRERO
Tribuna
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Soy un pedante JOAN DE SAGARRA

"Señor de Sagarra: ¿de verdad es usted tan pedante como se desprende de sus artículos o es sólo una pose para que se hable de usted aunque se hable mal? Si es así, esta vez lo ha conseguido", me escribe María Teresa Álvarez, de Barcelona (EL PAÍS, 11 de septiembre). "No es la primera vez que sus citas en francés me ponen de mal humor", escribe la señora. "Pese a lo que usted pueda opinar al respecto, no todo el mundo habla francés, y si sus citas son pertinentes (admito que suelen serlo), la más elemental cortesía hacia sus lectores pide que éstas sean traducidas para que todo el mundo pueda seguir el hilo de sus ideas, esté de acuerdo con ellas o no". Tiene usted toda la razón, señora Álvarez: soy un pedante y un descortés, pero le aseguro que me importa un pimiento que se hable o no de mí, ni bien ni mal. Lo que ocurre es que ya es demasiado tarde para enmendarme; llevo demasiados años siendo descortés y pedante. Además, debe usted saber, señora, que su carta no es para mí ninguna novedad. Hace exactamente 30 años -a la sazón escribía un artículo diario en TeleXpres-, Victoria Combalia, entonces una universitaria para mí desconocida, mandó una carta al periódico en que se dolía de que ciertos de mis artículos eran "totalmente inaccesibles a una mayoría de lectores que no logran enterarse de qué se habla a lo largo de las veinte, treinta o cincuenta líneas allí escritas". Y del mismo modo que hoy le doy la razón a usted, señora Álvarez, se la di entonces a Victoria, no sin añadir que mi intención no era que me entendiesen una mayoría de lectores, ni que se me considerase un buen periodista o, mejor, un buen articulista. Le dije a Victoria que, al escribir mis artículos, me limitaba simplemente a imaginar "la cara que pondrá Castellet o las niñas que frecuentan las clases de Eugenio Trías cuando les cuente la vida y milagros de las queridas del pintor Delacroix -Pauline Villot, Consuelo, la chère Millie, Madame de Forguet...-, o cómo se prepara un delicioso Pick me up". Ya entonces, hace treinta años, tenía la fea costumbre de dar el coñazo con mis citas en francés. Citas como "La merde, la merde toujours recomence" (Lawrence Durrel), "Ce qui guide encore le mieux, c"est l"odeur de la merde" (Céline), "La différence entre le PC et le beaujolais c"est que le beaujolais est sûr de faire 12,5" (Coluche), "Quand je vois un mec qui n"a pas de quoi bouffer aller voter, ça me fait penser à un crocodile qui se présente dans une maroquinerie" (Miguel Boyer, el superministro socialista). ¿Por qué lo hacía? Supongo que porque me divertía hacerlo, era como una travesura y al mismo tiempo un guiño a mis amigotes. Yo siempre he escrito para los amigos (eran los años en que Ovidi Montllor descubría a Léo Ferré y Perich el Hara-Kiri). Y mira por dónde lo que empezó siendo una diversión, una travesura, un guiño a los amigotes, acabó por convertirse en un vicio, no sé si mío o de mis lectores, pero lo cierto es que cada día me pedían más, y el día en que en vez de hablarles de Marcuse o del Niño Jesús de Praga, como estaba mandado, les hablé de aquel gladiador que sale en la Messaline de Jarry, "un gladiateur nègre, mains liées derrière la nuque afin que ses coudes en l"air soient ainsi que les pointes d"énormes oreilles, et qui fait assaut par le moyen de son membre viril armé d"un éperon, à la manière des coqs de combat", aquel día acabé compareciendo ante un juez por atentado a la moral. A la salida me esperaban los amigotes con palmas y gritos de euforia. Y ya no paré. Ahora, lo reconozco, es distinto. Algunos de mis amigotes han muerto, otros se han vuelto gente respetable, los diarios han cambiado muchísimo y el francés ha dejado de ser una lengua de cultura entre los barceloneses. Si sigo, con mayor moderación, trufando mis artículos con citas en francés, amén de mi inquebrantable pedantería, lo hago más por cortesía a mis lectores que por ser descortés con la mayoría de los lectores de este diario; lo hago por mis amigos lectores, a los que les agrada encontrar una frase del comisario Maigret, o una estrofa de una canción de André Hardellet -"Si tu reviens jamais danser / Chez Temporel, un jour ou l"autre..."-, o del joven Flaubert: "Que le bouchon saute, que la pipe se bourre, que la putain se déshabille, morbleu!". Y es que, en el fondo, no me resisto a abandonar aquella Barcelona afrancesada de años atrás, hasta tal punto que, a veces, cuando salgo del pub irlandés The Quiet Man, en la calle de Unió, juraría haber visto a André Pieyre des Mandiargues camino de su hotel, y otras veces, paseando por el paseo de Gràcia, me pongo a buscar el Terminus o el Navarra -que ya no existen-, donde creo haber quedado a tomar un café con el profesor Pierre Deffontaines. Nada, que uno se hace viejo. Cuando Alfaguara recogió mis "hormas"en un libro, en la faja me presentaron como "un iconoclasta del periodismo cultural". Desde entonces, mi mujer y sus amigos me llaman "el iconoplasta del periodismo cultural". Así que, además de pedante y descortés, soy un plasta. Pero mi mujer y sus amigos disfrutan de lo lindo cuando les cuento la primera vez que oí cantar, en directo, a la Piaf. Mucho más que si les cuento el último chiste sobre las novelas de Núria Amat.

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