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El brillo de Maragall XAVIER BRU DE SALA

Visto de lejos o de cerca, Pujol está opaco. Todavía proyecta una luz potente incluso más allá de su electorado, pero va mermando, a pesar de sus esfuerzos en disimularlo, por culpa de la pátina del tiempo, que todo lo desgasta. Maragall, en cambio, ha poseído siempre una característica muy especial y muy poco favorecedora, que ahora se le empieza a notar en serio: a menudo, brilla más de lejos que de cerca. Su paso por algunas comarcas catalanas ha dejado en no pocos de sus interlocutores, bastante predispuestos al cambio, una sensación de perplejidad que de otro modo, a distancia, estaría menos lejos del entusiasmo. Sus partidarios que sin cesar le reclaman contenidos, concreciones, acercamiento a la materia viva del cuerpo social y sus complejidades, no saben el desfavor que le están haciendo. Al contrario, sus adversarios le aúpan al tildarle de indefinido. Si se dedicara a brillar desde lo alto del firmamento en vez de adentrarse en su propia mente como simulacro de acercamiento a la sociedad, probablemente arrasaría. Si hace caso a los que le requieren más, mucho más (detalles, tesis, esclarecimientos), puede acabar convertido en un agujero negro en el que luego se precipite el PSC. Nada mejor, para ilustrarlo con la más moderna de las metáforas, que recordar el proceso que da en esos fascinantes pero letales torbellinos de la nada llamados agujeros negros. Empieza siempre por una estrella supermasiva, compuesta por una enorme cantidad de materia, que decide brillar más que toda la galaxia. A tal fin, en un proceso que en la jerga de los físicos se denomina colapso, explota de un modo muy especial, para adentro, irradiando luz y materia al tiempo que se reconcentra y se comprime. Para no explotar de verdad, como si dijéramos, con lo cual no quedaría ni un núcleo con fuerza propia, inicia un proceso de concentración sobre sí misma, tan imprescindible como peligroso. Si su cuerpo, al comprimirse, pasa al interior de un determinado radio de su centro conocido como horizonte, acabará desapareciendo por autofagocitación. Su campo gravitatorio llega entonces a ser tan intenso que engulle hacia esa especia de potentísima nada todo lo que se le acerca, incluso lo que pueda de la luz y la materia que proyectó al explotar. Y todo lo que se traga, ya no lo devuelve. Al aproximarse a dicho horizonte, la gran estrella en proceso de concentración da una luz más rojiza, señal de que desprende menos energía, no porque no la posea, sino porque ya la está absorbiendo para sí. De modo parecido, si Maragall se limita a difundir brillo alejado del peligroso horizonte de su propio radio mínimo, fascinará a más de medio universo durante cierto tiempo, tal vez no muy largo pero sí suficiente para variar el rumbo general de los acontecimientos. ¿Qué hará Maragall? Gran pregunta. Mejor sustituirla por esa otra: ¿quién es Maragall?, de idéntica y más fácil respuesta. Dicho de otro modo, ¿quién puede sostener con argumentos sólidos que Maragall necesita definirse para que, con él de primera estrella, cambien muchas cosas en Cataluña? Sólo los imprudentes, los que confunden el sistema estelar con el racionalismo, los que no saben nada de física electoral. Si hace caso de algunos de sus más fervientes partidarios, puede colapsar hacia ese propio interior del que no se escapa ni un mínimo haz de luz. En este último caso, la pequeña galaxia catalana podría quedar traumatizada por el efecto absorbente de un solo agujero negro. Sabido es, por otra parte, que el proceso natural de envejecimiento de las estrellas comporta una lenta pérdida de luz y energía. Eso sucederá con nuestro Sol y va ocurriendo ya con nuestro Pujol, quien aparece recubierto por esa pátina opaca que el exceso de maquillaje todavía le empaña más. Un Maragall lejano, brillante, casi mudo, la ganaría, mientras que un Maragall de horizonte definido y cercano corre serio peligro de convertirse en un agujero negro. Las elecciones del 17-O se han presentado como una lucha de titanes. A falta de un mes para el momento decisivo, pueden convertirse en una batallita de ex titanes. No engancha Pujol. No engancha Maragall. El proceso electoral no imanta ni a los profesionales que estamos obligados a hablar de él. Parece que la ciudadanía agotó su capacidad de mirar hacia el firmamento en pleno día con ocasión del breve e intrascendente eclipse del pasado 11 de agosto. No sólo es culpa de las estrellas.

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