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El rastro fulgurante

Hay exposiciones que, en realidad, son una novela, un fulgurante testimonio autobiográfico que se sigue con fascinación. Son fluidas: habría que decir que te enredan en su hilo narrativo desde el principio y ya no te sueltan. Tal es el caso de esta muestra retrospectiva de obra sobre papel de Miquel Barceló (Felanitx, 1957), que reúne dos centenares de dibujos entre fines de los setenta y ahora mismo.Son unas 200 obras, pero podrían ser 2.000, como podrían ser éstas u otras, como podrían ordenarse en una secuencia o con una instalación diferentes: de cualquier manera, la energía subyacente resplandecería igual. ¿Defiendo la indiscriminación? En absoluto; me declaro literalmente encantado por esa línea, mancha, salpicadura, garabato, raspadura, pegote, agujero, rasgadura, rebaba, accidente, que, sobre los soportes de papel más variados, los formatos más diversos y con las técnicas más aleatoriamente diferentes, genera una melodía seductora, una crónica excitante, una relampagueante sucesión de instantáneas, una borrachera de siluetas, un tebeo telúrico, una locura de imágenes, una lluvia torrencial de papeles, una espesa alfombra de hojas cubriendo el suelo de un bosque, una tierra hirviente... Sí; ahí está el rastro vertiginoso de Barceló arrojando desde el globo miles de señales, que forman una nube volante y se posan cubriendo una amplia área a la redonda, un prodigioso cono de sueños flotantes.

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Miquel Barceló experimenta en 250 dibujos

Libertad

Creo que Barceló ha acertado de lleno planteando esta restrospectiva a través del papel, en el que se enseñorea su libertad, su avidez, su prisa, su gracia; en suma: su trazo, la intimidad que le hormiguea por las puntas de los dedos. La energía, la luz, el chispazo. La habitación que se lleva a la espalda como un explorador carga con la mochila, su museo portátil. La plétora, porque Barceló es un artista pletórico, que responde a todos los estímulos escupiendo papeles, dejando tras de sí un formidable rastro embadurnado.Desde esta perspectiva, la idea de orden, de organización, de estructura concertada, de, en efecto, retrospectiva, en el sentido clásico del término, salta hecha trizas por los aires. La unidad que da contenido a esta muestra es muy distinta: tiene que ver con que el gesto insolente que da forma súbita y precisa, en 1980, a una sepia o a un pez espada, es el mismo que siluetea a una negra a horcajadas de los años noventa. Estamos ante la crónica de una mano impaciente, nerviosa, eléctrica, que no se puede parar, y que, al garabatear hoja tras hoja, parece que las arranca, como si el lápiz, la tinta, el agua coloreada horadase el papel y empapase siempre lo que hay detrás. Es una retrospectiva del frenesí, una locura de exposición, una explosión de vida.

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