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FERIA DE ARGANDA DEL REY

Gran novillada de Baltasar Ibán

La bravura y la nobleza de los novillos de Baltasar Ibán eran asombrosas en los tiempos que corren. Novillos que se iban raudos a los caballos, que recargaban fijos y alguno, zarandeando contra las talanqueras el percherón acorazado, desmontó al voluminoso varilarguero que lo montaba, castoreño y todo.Sólo uno flojeó y debió ser porque salió con una cornada en el ijar. Al parecer, por la mañana hubo bronca de morlacos. Uno al entrar al corral se topó con el cabestro que salía y del encontronazo resultó desbaratado. Los cabestros, ya se sabe, son muy bestias. Van de mansos pero en realidad son eunucos y se gastan muy malas ideas. De ahí que la voz "cabestro" valga para múltiples acepciones, no ya en el reino animal sino en la vida civil. Alguien le llama "cabestro" a un semejante y no necesita decir más.

Ibán / Cid, Sierra, Julia

Novillos de Baltasar Ibán, muy bien presentados aunque sospechosos de pitones, bravos y nobles. 6º, excepcional, premiado con vuelta al ruedo.El Cid: pinchazo, estocada corta y bajonazo (silencio); pinchazo perdiendo la muleta y estocada corta baja (ovación y salida al tercio). Miguel Ángel Sierra: tres pinchazos y estocada (silencio); cuatro pinchazos, estocada atravesada que asoma -aviso con retraso- y cinco descabellos (silencio). Rafael de Julia: estocada caída (oreja); estocada corta caída, rueda de peones y descabello (dos orejas); salió a hombros. Plaza de Arganda del Rey, 13 de septiembre. 6ª y última corrida de feria. Lleno.

Otros dos novillos se dieron estopa, uno resultó mutilado en la refriega, y ya eran dos los que se caían del cartel. Trajeron sustitutos de la dehesa y no se sabe cuál habría sido la catadura de los sustituidos pero los recién llegados dieron un juego sencillamente sensacional.

El superviviente de la bronca llevaba la cornada, que le restó facultades, y quizá por eso únicamente aguantó un puyazo y embistió un poco tardo a la muleta.

El Cid, que es novillero experimentado, le toreó bien aunque no tanto como acostumbra. Embarcaba sin tacha el derechazo y el natural y, en cambio, al rematarlos, enmendaba presuroso los terrenos. O sea, que se ponía a correr. No es que los públicos tengan en cuenta estas ventajas que la afición antigua llamaba ratoneras, mas las intuye. Entre trotar los pases y torear ligado -como hizo, sin ir más lejos, Rafael de Julia- hay mucha diferencia.

A Rafael de Julia le correspondió un novillo maravilloso, corrido en sexto lugar, y lo aprovechó a modo. Sobrado de técnica y pletórico de arte, valeroso y entregado, ejecutó los redondos con una reunión y una templanza que alcanzaron momentos de fantasía. Bajó la calidad en los naturales que no deben ser su fuerte. En el novillo anterior ya había ensayado con múltiples enganchones los naturales y la verdad es que los derechazos tampoco tuvieron demasiado fuste, pese al arrojo con que llevó a cabo la tarea muletera.

Quizá en la casta del novillo estaba el motivo de las destemplanzas y los desajustes. Ese novillo y todos poseían casta noble, lo cual significa que acudían presto a los engaños, los tomaban fijos y humillados y, además, desarrollaban una codicia y una recrecida agresividad excesiva para la experiencia corta y los recursos limitados de los novilleros.

El primero no paraba de embestir y El Cid, que lo estaba toreando estupendamente, al engendrar un pase de pecho se vio sorprendido por la pronta embestida del novillo, que le pegó una voltereta. La faena siguió a toma y daca, y a la hora de matar hubo otro incidente, esta vez no por causa del novillo. Ocurrió que al marcar El Cid el volapié, resbaló justo cuando hundía la espada y se cayó de bruces.

Miguel Ángel Sierra lanceó muy bien a la verónica, siempre ganando terreno y estuvo muy valiente en sus trasteos muleteriles, si bien la casta de los novillos le desbordaba. El quinto, con un trapío más cercano al toro que al novillo, planteó dificultades que apenas pudo resolver. La bravura, que venía sacando la novillada tuvo en el sexto carácter excepcional. Dos larguísimas varas tomó, absolutamente encelado, fijo en el peto, sin hacer caso a los quites que intentaba el peonaje. Hasta que, por extraño acaso, debió ver a uno de ellos, se le arrancó a la velocidad del rayo y le pegó un volteretón tremendo, sin otras consecuencias que el destrozo de la taleguilla.

La casta y la nobleza del animal, a las que dio réplica Rafael de Julia con arte, constituyeron todo un espectáculo hasta su muerte. Y el público, enardecido, pidió la vuelta al ruedo, que le fue dada con todos los honores. De auténtica apoteosis fue aquel final: triunfo ganadero; éxito de Rafael de Julia, broche brillante para la feria de Arganda del Rey, que cuenta con un estupendo presidente, una magnífica afición y sigue acreditada como una de las más serias de la Comunidad madrileña.

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