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Reportaje:

A la caza del logaritmo

Usted, claro, nunca ha visto un logaritmo por la calle. Ni siquiera uno pequeño, ni siquiera uno neperiano. Le parecerá que se prodigan poco. Pero sepa que tres estudiantes de un instituto madrileño de secundaria han desenmascarado cientos de logaritmos ocultos en los recovecos de la vida diaria y los han sacado a la luz, a nuestra vista. Esta peculiar búsqueda es una muestra de los proyectos que han concurrido a la XII edición del Congreso de Jóvenes Investigadores, organizado por el Instituto de la Juventud y la Dirección General de Enseñanza Superior e Investigación Científica. Se celebra esta semana en el Centro Eurolatinoamericano de la Juventud (Ceulaj) de Mollina, en Málaga, y ha reunido a 116 estudiantes de entre 15 y 19 años de toda España. José Antonio Escobar, Javier Jerónimo y Enrique Garrido, de 17 años los tres, son los artífices de esta cacería matemática. Su profesor de Historia, un día que discutían sobre la utilidad de las ciencias, les preguntó burlonamente si habían visto alguna vez un logaritmo por la calle. Y ellos se empeñaron en demostrar que sí, y lo consiguieron. Cualquiera que se acerque a su trabajo acabará por descubrirlos en el champú (porque sirven para calcular el ph), en las discotecas (porque se usan para medir los decibelios), en los terremotos (porque la escala de Richter se basa en ellos). Claro que no todo son logaritmos. A este congreso se han presentado 34 proyectos más, de Geología, Historia del Arte, Informática, Biología... Todos optan a alguno de los galardones que concederá un prestigioso tribunal científico: siete premios de 800.000 pesetas y cuatro de 500.000. Como explica Víctor Manuel Fernández, director científico del congreso, "con esto tratamos de fomentar la afición por la investigación en esta franja de edad. Y se reproduce el formato de las reuniones científicas convencionales, con lo que también les sirve de entrenamiento para el futuro". Este híbrido de congreso y concurso tiene paralelos en toda Europa, y los vencedores vuelven a competir a nivel continental. Este año, la final se celebra en Salónica; el próximo será en Amsterdam. Fernández recuerda con énfasis la estrecha relación que existe entre la ciencia y el progreso. "Más investigación significa más prosperidad. En España se dedica a la ciencia el 0,8% del Producto Interior Bruto. Se prevé llegar al 1,2%, pero habría que destinar aún más dinero; y si la sociedad lo pide, así se hará". Buena parte de los proyectos tiene una vinculación directa con las demandas sociales. Sobran los ejemplos: tres jóvenes zaragozanos han dado con una manera de que los semáforos se pongan verdes al paso de las ambulancias; otro trío de investigadores de Arenys de Mar ha descubierto una nueva fuente de energía en el lodo de los embalses; dos mallorquines han estudiado las consecuencias de la contaminación acústica que generan los aeropuertos y han propuesto medios para amortiguarlos... Sus hallazgos pueden verse en paneles y vídeos en el recibidor del Ceulaj. O bien puede uno esperar para ver cómo sus autores lo exponen al público en el salón de actos y se prestan a sus preguntas. Pero antes ensayan la presentación detenidamente, como en los congresos adultos. El invento de Anna Hernández y Montserrat Puigvert se llama Fulilex. Han desarrollado un procedimiento para convertir las hojas secas de encina en un hermoso sucedáneo de la madera, el corcho o el cartón. "Así se da utilidad al encinar, se revaloriza y se conserva", dicen. "Y sin talar un sólo árbol". Ciencia viva.

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