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Tribuna
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Injerencia en Timor

La historia puede repetirse, aunque con matices. En Timor Oriental, ex colonia portuguesa del Pacífico y desde 1975 bajo soberanía de Indonesia, una minoría local -los timoreses partidarios de Yakarta- ha sometido a grave persecución, con el apoyo de Gobierno, policía y Ejército, a la mayoría local, que reivindicaba la independencia. Todo ello, bastante parecido a lo que los serbios de Kosovo hacían hasta fecha reciente con la mayoría albanokosovar de la provincia. Aprovechando la operación que la OTAN lanzó contra Serbia entre marzo y junio pasados, en castigo por tal comportamiento, el Gobierno de Belgrado extremó las sevicias de todo orden contra la población albanesa de Kosovo. De igual forma, tras el referéndum organizado por el propio Gobierno indonesio para que los timoreses eligieran entre autonomía o independencia, en la que los naturales se declararon la semana pasada abrumadoramente partidarios de romper el vínculo, las milicias partidarias de Yakarta masacran hoy a los independentistas insulares.

Las diferencias adoptan una curiosa asimetría: aunque Kosovo es hoy a todos los efectos independiente bajo la protección de la OTAN, no hay planes, sin embargo, para que formalmente se separe del Estado yugoslavo. Y, en cambio, Timor Oriental no tiene quien lo proteja de la matanza en curso, pese a que, diferentemente, Yakarta había prometido acatar los resultados del referéndum y reconocer, por tanto, la independencia del territorio, aunque esto último ya podría no estar tan claro.

La intervención de la OTAN contra Yugoslavia se basaba, según las declaraciones de la organización, únicamente en el deseo de poner fin a un espectáculo que ofendía a la sensibilidad mundial, sin que ocultara restricciones mentales ni ambiciones estratégicas de ninguna clase. Pero, cualesquiera que fueran las mejores intenciones de los responsables de la Alianza, no parece discutible que en Yugoslavia existían intereses occidentales en juego. Los Balcanes separan geográficamente a miembros de la OTAN, Hungría y Checoslovaquia, por ejemplo, de Grecia; la inestabilidad en la zona afecta a toda Europa y muy especialmente a la gran potencia de la UE, Alemania, que tiene allí su patio trasero; y el régimen serbio, dirigido por el ex comunista Slobodan Milosevic, es el único no normalizado, es decir, atlantizado, de todos los antiguos países comunistas de Europa del Este. Aunque la OTAN sintiera un desinterés en estado puro, alguna ventaja se deducía de la intervención, máxime cuando la disparidad de fuerzas en presencia no permitía hablar de una verdadera guerra entre la Alianza y Yugoslavia, sino de una guerra a Yugoslavia.

El caso de Timor, sin embargo, sí que es el modelo platónico de las ideas puras con que justificar una intervención internacional. Ni la OTAN ni nadie al oeste de los Urales tiene gran cosa que ganar o perder con lo que pase en la isla todavía indonesia; la matanza, que podría degenerar en guerra civil o intento de exterminio sistematizado, empieza a poder compararse al horror en tierra kosovar; y, a mayor abundamiento, el Gobierno de Yakarta, puesto que admite, al menos de momento, la teoría de la independencia, no debería sentirse despojado, ni agredido como el de Belgrado, en el caso de que se produjera una intervención procedente del exterior.

La llamada injerencia humanitaria, por tanto, no encontraría mejor caso práctico en el que ejercitarse, bien fuera, según circunstancias y conveniencias, por medio de una fuerza internacional de la ONU, de la propia OTAN, de la Asociación de Países del Pacífico sur o de las potencias mancomunadas para ello, que en Timor Oriental.

La reciente activación militar de una determinada moralidad internacional, que condujo a la desmembración de Yugoslavia y mantiene una acción aérea regularizada contra la nación iraquí, no tiene por qué ser buena ni mala por definición, sino digna de que se la juzgue en cada caso basándose en sus propios méritos. Pero Timor Oriental seguramente no está muy allá en la lista de prioridades mundializables.

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