Tratamiento cruel
El 10 de agosto de 1999, deliberadamente, tomé diversas sustancias, pues dada mi condición de toxicómana, contrariamente a una persona sana, me encuentro psicológicamente a gusto cuando reduzco intensamente el nivel de conciencia. Lo cual no implica que haya riesgo vital, en ello radica esta enfermedad. Ese día, en vez de consumir en un lugar apartado, iba en un coche, me sentí amenazada y por ello me tiré en marcha, sin sufrir lesiones. La policía me recogió y caí en manos de los médicos del hospital Gregorio Marañón. Allí, sin un reconocimiento psiquiátrico y sin valorar mi condición de drogodependiente, interpretaron mi estado como intoxicación medicamentosa, accidental o con intención suicida; siendo que era abuso, sobredosis no complicada. Me ataron a una cama como a un animal, y contra mi voluntad me sometieron a una desintoxicación forzada, mediante sonda gástrica y tratamiento intravenoso, además sondaje urinario, a pesar de presentar infección que desaconsejaba dicha medida.
Vino un amigo médico psicoterapeuta, en cuya casa convivía cuando estaba abstinente y que abandoné al volver al consumo; de común acuerdo con él, pedí el alta voluntaria, o al menos que me retiraran las correas y las sondas. Estaba plenamente consciente, y en perfectas condiciones: circulación, respiración, temperatura, reflejos, etcétera; eso sí, con deseo de tomar drogas, pues ya tenía síntomas de abstinencia. Me negaron ambos derechos y echaron a mi amigo, que me atendía, humedecía mi boca y aplicaba crema en mis labios. Pasé 16 horas, les urgía desocupar la cama. Lógicamente, cuando me soltaron, sin más, y con un intenso y angustiante mono, corrí a consumir nuevamente lo que me habían quitado y así volver a sentirme bien. Este tratamiento, que al parecer es habitual, no tiene utilidad clínica alguna y es un abuso. Nadie será sometido a tratos crueles, inhumanos o degradantes, según la Declaración de Derechos Humanos.-
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