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A Egipto por la A-7

Jacinto Antón

¡Osiris, oh, la la! El ambiente en este día gris por las tierras del sur de Francia, apenas a tres horas de Barcelona, no invita precisamente a un encuentro con las maravillas del antiguo Egipto. Los indicadores de la carretera señalan Béziers y Montpellier, un cartel entrevisto publicita "Piscines du Languedoc" y sólo una voluntad muy predispuesta evocaría una faluca nilótica a partir de la imagen de la péniche que se desliza lentamente por un canal constreñida entre dos hileras de árboles verdísimos. Enfín, tampoco se puede hacer foie-gras con el hígado de un ibis. Pero poco más tarde, en el pequeño museo de Le Cap d"Agde se produce un acontecimiento digno de los más tórridos sueños egiptófilos, de las más altas esperanzas de Howard Carter y de las mejores imágenes de The mummy: unos hombres abren una caja con forma de sagrario, introducen los dedos enguantados y extraen el resplandeciente rostro de oro de un faraón. Hola, elegido de Amón; salud, estrella de la ciudad de Tebas; bienvenu, Psusenes I. La impresionante máscara de oro del rey Psusenes, que recuerda tanto a la de Tutankamón y que procede de otra de las grandes aventuras arqueológicas de la historia, el descubrimiento por Pierre Montet en Tanis en 1939 de las tumbas de los faraones de la XXI Dinastía (la de Psusenes I estaba intacta), es la pieza señera de la exposición Egypte, vision d"Eternité que fue presentada el viernes en el Musée de l"Ephèbe de Le Cap d"Agde, junto a la ciudad de Agde, y que se inaugura oficialmente el próximo día 10. Compuesta por 118 objetos, la mayoría procedentes del Museo del Cairo y reunidos para la ocasión, la exposición en el pequeño museo de Le Cap d"Agde, en cartel hasta el 8 de enero, resulta excepcional. No sólo por su contenido, sino por su propia existencia. ¿Cómo demonios ha conseguido la localidad hacerse merecedora de estos tesoros por los que suspirarían muchas metrópolis? Buena parte de la respuesta está en Alejandría. No exactamente en la ciudad egipcia, sino en la exposición dedicada al esplendor de la capital de los Ptolomeos que al recalar en el Musée de l"Ephèbe el año pasado, en una versión más modesta que la presentada antes en París, logró la friolera de 170.000 visitantes, una cuarta parte de ellos catalanes que descubrieron que a Egipto se puede ir hacia el Norte y en coche, por la A-7. El éxito en este pequeño museo de provincias sorprendió a propios y a extraños y abrió las puertas para la nueva exposición, ahora ya creada especialmente para el lugar y bendecida con patrocinadores como Siemens, France Telecom, Le Monde y la Fnac. En buena medida, el imprevisto posicionamiento de Agde (la antigua Agaté Tyché helénica) en el panorama cultural se debe a los buenos oficios de sus autoridades municipales, con el alcalde Régis Passerieux a la cabeza, que han tenido la vista de engarzar la localidad en una red de antiguas ciudades griegas del Mediterráneo que incluye una docena de urbes, entre ellas Alejandría. Sea como fuere, el caso es que el viernes, en medio de una tromba de agua que anegó alguna dependencia del museo y que los responsables de la exposición saludaron muy deportivamente y con excelente visión publicitaria como una versión gota fría de la maldición de los faraones, se comenzaron a abrir las cajas de los tesoros y a situarlos en sus vitrinas. La presentación de Egypte, vision d"Eternité tuvo pues un cierto aire de improvisación, pero permitió en cambio presenciar escenas impagables como la de la instalación de la máscara de oro de Psusenes y la del desembalaje, a cargo de técnicos egipcios, del formidable sarcófago momiforme de Pa-Ramissu, el gran visir de Horemheb que luego devino Ramsés I, abuelo de Ramsés II. El ambiente, deliciosamente onírico por la proximidad de los objetos, se veía enriquecido por la presencia de unos camareros disfrazados de antiguos egipcios, un despliegue policial digno de la necrópolis de Tebas y la proyección non-stop del notable cortometraje El juicio de la momia, auspiciado por el Consejo Supremo de las las Antigüedades Egipcias y que sigue pormenorizadamente las experiencias post-mortem de un funcionario faraónico. La exposición, que ofrecerá visitas guiadas en castellano y catalán, se compone de obras de todas las épocas del Antiguo Egipto y está consagrada a explicar cómo la relación del Egipto faraónico con la muerte empapó toda su cultura a través de los siglos y resultó, finalmente, la verdadera causa de su perennidad. Para la ocasión, el museo se ha dotado de una atmósfera que quiere sugerir la visión de una tumba egipcia con su profusión de objetos. La visita se inicia con una sala dedicada al mito de Osiris, a la que siguen otras sobre el proceso de momificación y los ritos funerarios, la tumba y su mobiliario, y la tipología y funciones del sarcófago. Entre los muchos objetos de enorme interés -desde una estatuita funeraria de la tumba de Yuya hasta el magnífico pectoral de la princesa Nemeret, pasando por amuletos, vasos canópicos de alabastro y cartonajes de momia- figuran diferentes elementos de oro del ajuar de Psusenes, entre ellos los estuches de los dedos de la momia y la placa decorada que cubría la cicatriz en el costado del cuerpo, resultado de la evisceración durante el embalsamamiento. La única nota negra es que el previsto coloso de Ramsés II que debía formar parte de la exposición y al que se quería hacer pasar por Barcelona como gancho promocional de la misma no saldrá de Egipto. En su lugar irá a Agde, sin pasar por la capital catalana, uno más pequeño. El singular encuentro entre Egipto y Agde, digno ya de figurar en esa historia de las especiales relaciones culturales franco-egipcias que va de Champollion y Mariette a Christian Jacq, pasando por Malraux, tendrá una continuación: el viernes se anunció el proyecto de una nueva exposición para el año que viene, De Homero a Cleopatra, sobre los intercambios artísticos en el Mediterráneo. Se quiere que antes de exhibirse en Agde tenga una presentación en la nueva Biblioteca de Alejandría, coincidiendo con la inauguración de ésta, prevista para junio.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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