Estadio
Hay quien dice que en el pasado Mundial de Atletismo no fueron cuatro las medallas que conquistó España, sino que fueron cinco. Cuatro arrancadas en la pista. Y la quinta luchada desde los anfiteatros y voladizos del estadio preolímpico. Cuatro medallas sobre el tartán y otra desde el plastificado de la gradona. Al público local y regional que animó y sudó el triunfo de los nuestros se le otorga esa quinta medalla moral, la del grito y el corazón, la del palmero y el júbilo. Habrá que impugnar esa medalla por haber rozado la punta de la zapatilla la plastilina de la razón, toda vez que, por hacer garganta y palmas, tenemos el medallero hasta la corcha y no hemos batido récord alguno. Esa quinta medalla tiene que conquistarla esta ciudad manteniendo el estadio de La Cartuja tal y como es y para lo que nació. Y esa medalla no es fácil conseguirla. Que le quieran dar a Sevilla la medalla del amor atlético por su capacidad para generar vibraciones positivas y electricidad de alto voltaje animando a sus atletas, no es nada nuevo. Esta tierra tiene una inclinación irrefrenable a jalear cualquier cosa: desde un encuentro internacional de fabricantes de latas de anchoa hasta una levantá a pulso del paso de la Canina. Será por hacer palmas. Si el ser humano careciera en su diseño de manos y brazos, el sevillano sería el ser más infeliz del universo. Lo habrían condenado al silencio. O tal vez a algo peor: al desconocimiento del alfabeto que mejor domina. Bueno, pues esas mismas palmas que lanzaron a Montalvo a la otra orilla del récord y que llevaron en volandas a Abel Antón a su segundo campeonato mundial de maratón, son las que esta ciudad debe dedicarse para conseguir su registro atlético más elevado: el de salvar el estadio de su futuro más incierto. En ningún otro país con riego cerebral confirmado ocurre lo que Dios no quiera que pueda ocurrir aquí: que se levante un escenario como el de La Cartuja para once días de éxitos y toda una vida de olvido y jaramagos. El reto deportivo de esta ciudad es sólo y exclusivamente ese. Mantener un estadio vivo y rutilante, con citas deportivas de altura que lo salven de los embrutecidos prejuicios de lo que quieren arrancarle las pistas. No es que yo crea que el whisky tenga contraindicaciones. Es que los hay que se beben hasta el champú.J. FÉLIX MACHUCA
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