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Reportaje:

Obaba ya tiene calle

La proverbial timidez y humildad del escritor guipuzcoano Bernardo Atxaga (Asteasu, 1951) llegan hasta a su relación con uno de sus lugares predilectos, por no decir el más querido: Asteasu, el pueblo donde nació, en el que vivió hasta los 14 años y el origen de esa geografía imaginaria que es Obaba, espacio en el que se desarrolla parte de sus relatos. Así, cuando el Ayuntamiento del pueblo le informó a su ilustre hijo de que le iban a dedicar una calle, el escritor rechazó la idea y sugirió que Obaba era quien mejor podía recibir el homenaje. El crecimiento en los últimos años de este pueblo de unos 1.200 habitantes ha llevado a la construcción de nuevas viviendas, como las que ocupan el espacio que está detrás del Ayuntamiento. Una vez levantados los edificios, trazadas las calle y la plaza del nuevo barrio, faltaban los nombres. Aunque Bernardo Atxaga (Joseba Irazu en el DNI) había rechazado que la calle llevara su seudónimo, colaboró en que este nuevo espacio de Asteasu tuviera su impronta y recordara los mejores momentos de Obaba. Inauguración discreta De este modo, cuando en el pasado mes de mayo se inaguraba discretamente este barrio de Asteasu -todo quedó en la intimidad de los vecinos, Atxaga y los artífices de su idea- los residentes de esta localidad se encontraron con una de las calles más literarias del País Vasco. Atxaga no sólo trabajó para que se reconociera Obaba, sino que trató de recuperar una de las tradiciones más famosas de Asteasu, los segalaris y el mundo de las apuestas que rodeaban estas competiciones que se celebraban en las campas de Iturriotz y otras de los alrededores de Asteasu. La pecularidad de este pequeño barrio reside en que cada casa de Obaba kalea lleva una placa que recoge un fragmento de las obras de Atxaga dedicadas a este lugar imaginario, tanto de la novela que hizo conocido para el gran público al autor y al lugar, Obabakoak, como de otros libros, Dos hermanos, Etiopia, en los que aparece este espacio imaginario. Sin embargo, el lugar del nuevo barrio de Asteasu en el que tiene una mayor presencia el universo literario de Atxaga no hace referencia a la geografía imaginaria poblada por los recuerdos de la infancia del autor de Esos cielos, y sí a la propia realidad del pueblo, cuando Atxaga era niño, allá por los años sesenta. Eran tiempos en los que con la siega de las campas de los alrededores del pueblo se celebraban reñidos y concurridos concursos. Hasta el alto de Iturriotz acudían gentes de todo el País Vasco atraídos por la calidad de los segalaris y la cuantía de las apuestas. Entre todo esto, Asteasu se fue labrando fama de localidad aficionada al juego y, en parte, a las trampas. Concursos de "segalaris" De esta tradición, hoy perdida, surgió el nombre de la plaza y la idea para realizar una pequeña escultura. Bernardo Atxaga le explicó al dibujante Mikel Valverde -colaborador con el escritor en las historias del perro Bambulo- cómo se vivían los concursos de segalaris con su picaresca y sus rigores, y el ilustrador vitoriano puso en papel una escena con los principales ingredientes de aquellos certámenes. Luego, el escultor Tomás Ugartemendía lo llevó a la piedra y el bertsolari Aitor Usandizaga compuso un pequeño poema a propósito de aquellos desafíos rurales. En el relieve se puede ver algunas de las trampas más conocidas, como la de tirar tuercas y otros trozos de hierro a la hierba para que se rompiera la guadaña del rival o echar agua a la hierba segada para que pesara más, ya que el ganador era el segalari que más hierba había cortado. Los versos de Aitor Usandizaga recuerdan aquellos tiempos en los que se llegaron a perder caseríos por la pasión hacia el desafío y la competición. En la inauguración, Atxaga recordó lo dramático que fue para algunos aquella afición, pero dijo también que había que mirar al pasado con distancia, ironía y cierta ternura. Las mismas que se rastrea en los libros que tienen a Obaba como protagonista.

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