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LA CRÓNICA De cintura para arriba SERGI PÀMIES

"¿Que os ocurre a los hombres con los pechos de las mujeres?", le pregunta Julia Roberts a Hugh Grant en una escena de Notting Hill, esa película que gusta mucho más de lo que la gente se atreve a confesar. Paseando por las playas de nuestro litoral, uno comprueba que, efectivamente, el tema de los pechos no está resuelto. Democratizado el top-less como opción libre e individual, se observa que una mayoría de mujeres prefieren tapárselos a dejarlos a la intemperie. Entre las segundas hay para todos los gustos, y a pesar de que reina el civismo y la normalidad, muchos hombres todavía no saben cómo comportarse ante la visión de un par de senos femeninos. ¿Deben mirar? ¿Deben dejar de mirar? ¿Deben hacer como si no mirasen y, sin embargo, mirar? ¿Deben arrancarse los ojos y enterrarlos bajo la arena para alejar la tentación de mirar? ¿Deben limpiarse las empañadas gafas para mirar mejor? ¿Deben mirar con elevada intención estética o, por el contrario, con barriobajera actitud libidinosa? Ellas, mientras tanto, hacen bien en no cortarse e ir a lo suyo (aunque las famosas deban alejarse hasta alta mar para evitar la presencia de paparazzis con potentes y lascivos teleobjetivos). ¿Que la playa se llena de mirones? Pues vale. Al fin y al cabo -y como consta en el completísimo tratado Senos que en su día escribió Ramón Gómez de la Serna-, los pechos de las mujeres han venido inspirando a muchos artistas a lo largo de la historia. El mismo Gómez de la Serna, sin ir más lejos, se marcó un manicomial inventario en el que, sin disimular lo más mínimo algún que otro ataque de calentura, hablaba de senos llenos de dolor, tranquilidad, pasión, divorcio, calamidades, veneno, lágrimas, nocturnidad, sorpresas, adulterio, hipocresía, marisabidismo, perdigones, medallitas de la virgen, calderilla, y en el que llegó a afirmar algo tan difícil de comprobar como que "Los senos son distintos en cada barrio". Hace unos años, otro presunto especialista en la materia, Francisco Umbral, escribió: "El Gobierno reparte tetas como Franco repartía bocadillos" (teniendo en cuenta el hambre que se pasó durante el franquismo, ¡ojalá hubiera repartido más bocadillos!). Todo esto está muy bien, pero ¿qué pasa con el seno masculino? ¡Ahí te quiero ver, Julia Roberts! ¿Debe el hombre imitar a algunas mujeres y enseñarlos o, por el contrario, cubrírselos con una recatada camiseta? Observando nuestras playas, piscinas y charcas en general, parece claro que, si alguna vez lo tuvo, el hombre ha superado este problema y presenta un variadísimo catálogo de pectoral desacomplejado a la vista. Una minoría de hombres luce pechos Calvin Klein, menos musculosos que los de windsurfista anabolizado pero igualmente envidiados. Otros, en cambio, se las apañan para levantar unos pectorales viriles del tipo Me-cachis-qué-guapo-soy dignos de figurar en las páginas centrales de una edición pirata de la revista Torso. Hay pechos peludos, muy peludos y más peludos todavía (hay que abrirse paso a machetazo limpio para acceder a ellos y, a veces, incluso es necesario bombardearlos con napalm). También abundan los pechos Colesterol que, apáticos, manifiestan su discrepancia con la tiranía estética vigente y su incapacidad para someterse a una dieta baja en calorías (y nula en todo lo demás). Hay pechos hundidos, pechos cuádruples, pechos de cuando los estrechos de pecho se libraban de la mili, pechos cuadrados, pechos tatuados, pechos con cicatriz de reyerta con navaja, pechos con cicatriz de reyerta con bisturí, pechos con cicatriz de reyerta con Guerra Civil española. Hay pechos que con camiseta prometen mucho y que luego menos lobos, pechos pálidos de oficinista todavía más pálido, pechos Gamba, pechos de legionario, pechos con ostentosa cadena de oro (como los que luce el presidente del Barça cuando se deja fotografiar en su retiro de Formentor), pechos de fumador empedernido (en los que la tos resuena como un chupinazo dentro del tambor de una lavadora) y pechos de fumador que lo ha dejado (en los que la tos resuena con nostalgia). Hay pechos verdes de extraterrestre fuera de contexto, pechos con piercing (una gota de pecho Cuevas del Sado, dos de pecho Bucanero y un chorrito de pecho Fassbinder), pechos Inserso (ideales para anunciar el Año Internacional de las Personas Mayores o unos planes de pensiones), pechos mestizos, pechos Tobogán (con una sinuosa rampa entre pecho y barriga) y, muy de vez en cuando, algún pecho de político en vacaciones que, sin llegar a la estridencia estética de aquel radioactivo y traumático pecho Fraga-en-Palomares ni alcanzar la textura socialdemócrata del no menos traumático modelo insular A-Narcís-No-Se-Le-Enchega-La-Zodiac, despierta en quien los observa (con camiseta, por supuesto) profundas reflexiones. Como por ejemplo: "¿Cómo demonios voy a votar a este tío?".

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