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Clientela y tuteo

En tiempos remotos hubo una norma comercial que hoy haría partirse de risa a las personas situadas en la parte de allá del mostrador: "El cliente siempre tiene razón", postulado que apunta más lejos de lo que el mero enunciado parece indicar. No pretendía consagrar el capricho de quien va a adquirir algo, sino abrir un ancho crédito para quien lleva al comercio, a la oficina, un propósito concreto o, al menos, aproximado. También era una forma sutil de aprendizaje para el comerciante o sus dependientes. Nada de "yo pago, yo mando", que es intrínsecamente antipático. Había un puente sutil entre el parroquiano y el proveedor por el que transitar la ceremonia del trato, donde cabía la obsequiosidad distante del joyero y la jocunda campechanía del dueño de la pescadería, en el mercado, chicoleando a la clientela, abrumadoramente femenina en otra época: "¡Vamos a ver qué quiere hoy doña Micaela, el esplendor del barrio! Mire qué boquerones, vaya pescadilla que acaba de llegar de La Coruña!". Doña Micaela aceptaba el piropo como cosa natural. "Menos mandanga, Nemesio, que el otro día me coló usté un besugo con el ojo turbio".Aún recuerda mi memoria la frase, supongo que repetida con frecuencia, en una tienda de tejidos, cuando, de niño, acompañaba a mi madre: "Para servirla, señora, con sumo gusto y fina voluntad". Si ese modismo u otro parecido fuera pronunciado hoy en un supermercado, la gente se arremolinaría, cosa que sólo ocurre en tiempos de rebajas. Véase en estos comentarios una inocente nostalgia de tiempos idos, que no tienen por qué volver, ni hay que esperarlo.

Madrid fue tierra de cortesía y buena crianza; y también escuela pública de convivencia, llaneza y alegre consideración hacia los demás. En las relaciones con el mundo comercial, el respeto no era una barrera, sino un camino de ida y vuelta. En general, se conserva la deferencia hacia el prójimo, lo que estimo hoy más difícil que antes, a causa del extendido uso del tuteo que, en ocasiones, es una simple falta de vocabulario y agilidad comunicativa: "Todos de tú, café para todos". Quizá los políticos tengan alguna parte en esto, al dirigirse a partidarios y simpatizantes en plan tan confianzudo. Y los presentadores de concursos, en las televisiones, que parecen recurrentes consumidores de café, siempre nerviosos y gritadores. En la oficina bancaria donde me tramitan -previas deducciones- el pago de la luz, el gas y el teléfono, he llegado a inspirar la confianza y franqueza suficientes para que me traten de usted, como invariablemente me dirijo a los amables empleados. "Verá", me confió el cajero, que a su vez atiende otras funciones, "creemos que el tratamiento crea una atmósfera de amistosa intimidad. No es, en manera alguna, falta de respeto", en lo que le tranquilicé. De todas formas, se les escapa algún "mira, Fulano, hay correspondencia para ti". Lo agradezco: "Muchas gracias, don Alberto, es usted muy amable". Sonríe, preocupado con sus responsabilidades.

Hace tiempo que dejó de importarme que en los almacenes -por donde voy poco-, en oficinas públicas o particulares, en ambulatorios y hospitales -donde voy con mayor frecuencia- me tuteen, sin reparar en que yo suelo emplear el usted para responder. Deben de creer que soy de provincias. Es irrelevante y ruego que no se me tenga por picajoso. Entiendo de mayor trascendencia la escasa preparación de algunos dependientes, especialmente en lugares de fluido contacto con el público. De vez en cuando, utilizo los servicios de determinada agencia de viajes, cercana a mi domicilio y, salvo el director de aquella oficina -que cubre las ausencias transitoria de algún empleado-, veo caras nuevas, nunca repetidas. Son, usualmente, mujeres jóvenes que se esfuerzan por entender el manejo de los ordenadores, la consulta de itinerarios y tarifas. Cuando empiezan a intimar con la tarea, por razones que desconozco, desaparecen, no sé si trasladadas a otras oficinas, o dentro del agujero negro del trabajo precario. Ignoro, también, el grado de preparación exigido para desempeñar aquella u otra tarea, que luego habría de fortalecerse con la experiencia. De lo que no me cabe duda es de que, entre las instrucciones generales de contacto con el público, figura tratarle de tú, sin distinción de edad, sexo, raza o religión

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