_
_
_
_
_
FERIA DE SAN SEBASTIÁN DE LOS REYES

El escándalo de los miuras mochos

Miuras mochos, miuras escachifollados, miuras con tipo de becerros; así soltaron los miuras en la corrida de feria de San Sebastián de los Reyes. Un escándalo. Aparecían los miuras y los aficionados, que habían acudido a ver el trapío y el juego de las reses de la afamada divisa, saltaban de sus asientos, sorprendidos, indignados, señalando con el dedo el cuerpo del delito. "¡Esto es un atraco; manos arriba!", gritaban algunos.Un aficionado se llegó junto al palco para protestar y enseñarle al presidente el boleto, que le había costado un dinero. No se sabe cuánto, mas el precio de la entrada en la fila anterior a la suya ascendía a 12.000 pesetas, que ya son.

Doce mil pesetas por una becerrada indecente. El aficionado le protestaba al presidente y acudieron raudos los guardias para llevárselo. Se confundieron los guardias: a quien se debieron llevar era al presidente, que tenía una responsabilidad.

Miura / Fundi, Higares, Califa

Cinco toros de Hijos de Eduardo Miura (uno devuelto por impresentable), de bochornosa presencia, escandalosamente desmochados, flojos. 2º -sobrero- y 6º, de José Vázquez, de discreta presencia, sospechosos de pitones, manejables.El Fundi: media atravesada y media (palmas y saluda); estocada corta perpendicular trasera (silencio). Óscar Higares: dos pinchazos, estocada desprendida y rueda de peones (algunas palmas y saluda); estocada delantera (oreja con exigua petición y protestas). El Califa: media atravesada y descabello (silencio); pinchazo a un tiempo perdiendo la muleta, pinchazo y estocada trasera caída (oreja con escasa petición). Plaza de San Sebastián de los Reyes, 28 de agosto. 4ª corrida de feria. Media entrada.

Tenía el presidente la máxima responsabilidad. Es el presidente, reglamento en mano, quien aprueba los toros en el reconocimiento, y la miseria de aquel género no le pudo pasar desapercibida, ni harto de vino.Tampoco a los veterinarios a quienes correspondía examinar el trapío de las reses, la integridad de sus astas. En este país da la sensación de que se ha perdido la vergüenza. A las altas esferas se quiere uno referir. Si quedara un mínimo de vergüenza, ya les habrían abierto expediente al individuo que presidió la corrida y a los veterinarios de servicio, por su clamorosa incompetencia, por su injustificable lenidad y -de paso- por si se hubiese producido un caso de connivencia, que todo podría suceder.

Al ente autonómico madrileño, que nombra estos equipos, gubernativos y periciales, le corresponde la responsabilidad mayor en ese escándalo de los miuras escachifollados y mochos.

Salían, y al verlos con los cuernos rotos o con evidentes síntomas de manipulación fraudulenta, resultaba difícil concebir que se hubiera podido llegar a tanta desfachatez. Claro que no viene de primeras. El candoroso triunfalismo de los públicos unido a la descarada dejación de funciones por parte de la Administración han dejado a los taurinos campo abierto para toda clase de tropelías. Y les da lo mismo perpetrarlas en plaza de tercera, así la de San Sebastián de los Reyes, como en el otro San Sebastián -llamado la Bella Easo- en cuya plaza de primera soltaron recientemente un toro sangrando por los cuernos y aquello quedó impune.

Los cuernos mochos, los cuernos convertidos en astillas, los cuernos tronzados, los cuernos de un tamaño casi similar al de las orejas. De esta forma presentaron los miuras. Miuras anovillados, o abecerrados, flojuchos, medio inválidos también, a pesar de lo cual sacaron un resto de genio que incomodaba a los toreros. Los toreros quisieron hacerles faena, indeferentes a las protestas. Quisieron hacerles faena y se ponían a pegar pases, hasta que comprobaban el nervio embestidor de los miuras y entonces hacían como que se resignaban a complacer a la afición. Se les veía el plumero, francamente.

Fundi banderilleó, con música y todo. La música fue pitada y hasta abroncada. El sobrero, que hizo segundo y ya no era Miura, desarrolló casta noble y a ese le hizo Óscar Higares una larga, poco templada y menos aún ligada faena. El quinto Miura resultó pastueño y aprovechó Higares para darle pases de todas las marcas, de pie y de rodillas, con muchos desplantes y gestos altaneros dirigidos al público, seguramente en demanda de unos aplausos que llegaban sin ningún calor. A la exigua petición de oreja que provocó aquello el presidente correspondió concediéndola. Para los regalos sí estaba dispuesto el presidente y se apresuró a concederle otra oreja a El Califa.

A El Califa no le habían tolerado los aficionados que diera pases a la ruina de Miura que salió en tercer lugar. En cambio aceptó su actuación en el sexto, ya no Miura sino Vázquez (don José) al que le hizo una faena bullidora sin temple ni ligazón, inciada con un cambio por la espalda y concluída malamente con el estoque.Y cayó la oreja.

Cayó la oreja como si allí no hubiera pasado nada. Pero sí pasó: hubo una estafa y los estafadores se marcharon de rositas.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_