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¡Ya? XAVIER BRU DE SALA

Después de dos años de ambiente preelectoral, es natural que sorprenda el anuncio del inmediato final de la comedia. Tanto, tan interminable, tan prometedor preámbulo y, después del preceptivo descanso, los altavoces del GNC (Guinyol Nacional de Catalunya) anuncian un fugaz tercer acto. A cierto público de estreno, el que más suele quejarse, puede sonarle a estafa, como si a la función le faltaran dos actos, pero se trata de un efecto psicológico. Cuando, por culpa del famoso adelantus interruptus de Pujol, el calendario de la legislatura ha andado a trompicones, es imposible que acabe al ritmo deseable. ¡17-O! ¿Ya? Pues sí. Tampoco las ordenanzas del espectáculo permitían una duración mucho mayor. Entrando en honduras psicoanalíticas, los especialistas en las complejidades mentales de Maragall han asegurado que el objeto de sus interpretaciones aborrecía las medias distancias y era un firme partidario del corto recorrido. ¿No suspiraba por lo que ha habido, un aborrecible preámbulo seguido de un brevísimo sprint final? Pues ahora que nadie se queje en su nombre, que el candidato-contrincante "avive el alma y despierte". Los recitativos de los traspasos a los ayuntamientos o el famoso monólogo del reparto del gasto público entre los tres niveles de la Administración estarán muy bien, pero ni pueden ser los pilares de una alternativa ni cumplen la condición elemental que en la jerga teatral se llama pasar la batería (cruzar el límite del escenario para proyectarse con fuerza sobre el público). Ya puede empezar a lanzar, una tras otra, en imparable y vertiginosa serie, sus famosas propuestas-do de pecho, ahora sin temor a que sus contrincantes le copien o le sigan el rebufo. En vez de administrar densos silencios preñados de inefables contenidos y alzar las cejas en señal de honda comprensión, que deje de hablar para sus adentros y diga su texto en voz alta y clara, a lo clásico, para que se le entienda por lo menos casi todo. El extraño calendario es un telón que oculta una cuestión esencial. Con tanta precipitación, con tanta luminotecnia tamizada, tanto decorado montañés o ampurdanés y tantos sorprendentes efectos especiales, el respetable está cayendo en una especie de alucinación colectiva: parece que ante los ojos de la ciudadanía se prepare la escena del combate entre los dos grandes. Pujol tiene rival. Ya era hora. Pero no, se trata de un espejismo. Eso está detrás, en algún lugar del pasado que nunca fue. Quienes en realidad se enfrentan no son Pujol y Maragall, sino Maragall y el coro tragicómico de masoveros al completo. Pujol es un acto de Cataluña que terminó hace algunos años -etapa que no es cuestión de juzgar mientras él esté de cuerpo electoral presente-. En el momento en que tuvo terminada su famosa renovación y confió los papeles clave a unos jóvenes debutantes a los que ya no estaba en condiciones de cambiar, se acabó el pujolismo. Ellos, los masoveros, gestores de fría experiencia e ideario recalentado, son los que, bajo el vistoso manto del pare carbasser, han abierto ya la nueva etapa, a la que puede llamarse en propiedad pospujolismo con Pujol. Se les conoce y se sabe lo que dan de sí. Van de secundarios, pero son el protagonista colectivo del presente político catalán. Pujol estaba en el Aneto, cumpliendo con su parte, mientras ellos descansaban todavía. Es Pujol quien está obligado no a ganar las elecciones, sino a ganárselas. Forma parte del trato, es el último y gran servicio que les debe. Después ya espabilarán con su imposible cóctel de radicalismo político y realismo de gestión. A ellos y no a Pujol se opone este otro cóctel imposible formado por el maragallismo, el socialismo, cierto catalanismo y el antinacionalismo en peso. Ahora que ya sabemos quiénes son los protagonistas, a ver si en unas semanas los actores son capaces de explicar el argumento y el resto de enterarnos de qué va la función. No vaya a ser que votemos sin llegar a saber si se trata de escoger entre dos Cataluñas o si sólo sigue habiendo una, la del guiñol, con un poco más de batiburrillo.

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