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Cambio de sexo

FÉLIX BAYÓN El Servicio Andaluz de Salud va a comenzar en las próximas semanas a hacerse cargo de las operaciones de cambio de sexo. Dado lo escaso del número de posibles beneficiarios de esta medida no se puede decir que sea un ardid electoralista. Aunque, no cabe duda, con esta decisión -que se aprobó este invierno en el Parlamento andaluz con la abstención del PP- la Junta desafía al Gobierno a ver si es capaz de hacer lo mismo y, ya de paso, arregla el estúpido drama que viven los transexuales ya operados, a los que no permiten inscribir su nuevo sexo en el registro civil y, por tanto, en ninguno de sus documentos. (Me temo que, de momento, los transexuales tendrán que seguir esperando: un Gobierno en cuyos aledaños se considera una roja peligrosa a la periodista Julia Otero difícilmente se tomará en serio estos asuntos). Cuando, hace menos de un año, el Defensor del Pueblo Andaluz planteaba esta iniciativa, se destacaba el problema económico que tienen muchos transexuales para someterse a esta operación, que al SAS apenas le costará dos o tres millones en cada caso, pero por las que la medicina privada llega a cobrar, en España, una veintena de millones. Pero, además de los aspectos políticos y económicos de esta medida, hay que destacar los efectos sociales que tendrá de inmediato. Se ha dado un gran paso al considerar que las operaciones de cambio de sexo no son mera cirugía estética, sino intervenciones necesarias para corregir una patología: la que sufren aquellas personas que se sienten prisioneras de un cuerpo que no consideran suyo. No hay duda de que asuntos como éste se prestan muy bien para hacer coñas, pero el problema de los transexuales es muy serio: muchos acaban en el suicidio y muchísimos más en la marginación. Lo suyo no es una excentricidad y, ni mucho menos -si se me permite la incorrección política-, una mariconada. Al considerar el SAS una patología la raíz de este problema, está acabando de golpe con la base sobre la que se sustentan los prejuicios que esta gente sufre como estigmas. Por supuesto que aún quedan muchos prejuicios que vencer -la prueba está en que el Gobierno sigue negándose a la incruenta modificación del sexo en el registro civil-, pero así se van quitando argumentos a los que consideran esta cuestión una simple chaladura. Dictaminando que es una enfermedad la raíz del problema de los transexuales, se les facilita bastante su integración social. Hasta ahora no tenían otro destino posible que el espectáculo -en parte porque se les consideraba una rareza propia de caseta de feria y en parte porque en ese mundo se respetan todas las extravagancias- o la prostitución, y, con ella, todas sus lacras: drogadicción, enfermedades... A partir de ahora es probable que se vayan superando rechazos sociales y los transexuales puedan ejercer todo tipo de trabajos, haciendo valer por fin su derecho a ser ciudadanos normales. No son muchos. Se calcula que en Andalucía habrá apenas un centenar y que una vez que se haya intervenido a todos los que formen la lista de espera inicial, apenas se dará cada año media docena de casos nuevos. En definitiva, muy poco costo para un sistema sanitario como el nuestro, pero todo un ejemplo de qué fácil resulta a veces aliviar el dolor de quienes se sienten en los márgenes de la sociedad y, de paso, ganar batallas contra la intransigencia.

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