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Reportaje:

Los que dan la nota por unas monedas

En la programación oficial de la pasada Aste Nagusia figuraban decenas de conciertos repartidos entre las plazas de Santiago, del Arriaga, del Gas, Nueva, de Unamuno, la Pérgola del parque de doña Casilda y la iglesia de la Encarnación. Pero esos no han sido los únicos lugares donde han actuado artistas. Las calles del Casco Viejo han visto cómo durante la semana pasada se intensificaba su condición de improvisado escenario para numerosos músicos callejeros. Allí, en las Siete Calles, y a cambio de unas monedas, han desgranado sus repertorios músicos de lo más diverso. Y lo han hecho entre adivinos de tres al cuarto (incluido el televisivo Tristanbraker), vendedores ambulantes, pedigüeños y adalides del mimo, el contorsionismo, el malabarismo y la risa. La tarde del pasado viernes, en sólo dos calles (Correo y Bidebarrieta) los paseantes formaban corrillos en torno a un trío de percusionistas, dos txalapartaris, un violinista, dos guitarristas, dos flautistas, un septeto procedente del Este europeo (Galychany, formado por chelo, percusión, trompeta, clarinete, violín, acordeón y voz) y un variado surtido de formaciones suramericanas: el dúo Markaru, el cuarteto Íbero Canto y el comandado por Christian Carrasco. En días anteriores, habían comparecido dúos que repasaban el cancionero tradicional del País Vascofrancés, otros adiestrados en el heavy metal, cantautores y hasta un cuarteto de cuerda. Unos se lanzan a la calle para lograr un sobresueldo, otros lo hacen simplemente por diversión. También hay a quien le basta con poder financiarse un bocadillo y unos kalimotxos (motivación exclusiva de muchos piesnegros con cuestionables cualidades artísticas) y, aunque no lo confiesen, seguro que más que uno sueña con la posibilidad de ser descubierto por un cazatalentos discográfico capaz de diseñar su ascención al estrellato. Un sueño que se hizo realidad en el caso de Ella Baila Sola y Javier Álvarez, asiduos del Retiro madrileño. El caso de los cuatro ecuatorianos que integran Íbero Canto es diferente a los referidos, ya que, según apunta su percusionista, Iván Romero, las actuaciones a la intemperie, remuneradas según la voluntad de los paseantes, suponen su única fuente de ingresos. "Tocamos hasta que acaban los fuegos. Luego hay mucho ruido y ya no se puede. Entonces regresamos a casa o nos vamos de marcha", afirma el músico desdiciendo la leyenda de que los protagonistas de las fiestas son de los pocos que no las disfrutan. En el caso del cuarteto de Ecuador, afincado en Vitoria y asiduo a todas las fiestas de Euskadi, una buena jornada puede traducirse en la venta de 40 casetes (a mil pesetas cada una) y unos pocos compactos (a 2.000). Estas cifras llevan a Romero a destacar la generosidad de los bilbaínos y a asegurar que "Bilbao es una ciudad que sí colabora". Aun así, como la mayoría de los músicos callejeros, no sueña con introducirse en el circuito de salas y teatros "porque es muy difícil. Hay mucha competencia y a este tipo de música no se le presta demasiada atención".

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El dinero que traen las fiestas
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