La magia y la fantasía de Mariscal no logran convertir 'Colors' en un espectáculo teatral
Fantasía, magia, una buena dosis de ironía, tecnología y 120 millones de pesetas de presupuesto no fueron suficientes para convertir Colors, la personal e imaginativa historia del universo a través de los colores creada por el diseñador Javier Mariscal (Valencia, 1950), en un verdadero espectáculo teatral. El estreno del montaje en la noche del pasado sábado en el Festival de Peralada (Girona), que con Colors clausuró su 13ª edición, obtuvo sólo una tibia acogida de un público entregado de antemano a la propuesta del diseñador, que llenó el auditorio del festival.
Convertir 20 minutos de un imaginativo audiovisual de presentación de la obra de un diseñador gráfico en un auténtico espectáculo teatral de una hora y media de duración capaz de seducir al público desde un escenario requiere algo más que unos atractivos ingredientes y una voluntad infinita de agradar.Mariscal posee una gran dosis de imaginación, crea mamarrachos, como él llama a sus personajes, que con su aparente trazo simple consiguen enamorar y quedar en el imaginario popular y hasta ahora ha sido lo suficientemente inteligente como para buscar fuera de su estudio a las personas competentes que le han permitido ser un gato sabio capaz de caer siempre de pie a pesar de las piruetas más arriesgadas. Pero con Colors, el gato Mariscal se ha confiado demasiado y ha dado un traspiés propio de un inexperto en lides teatrales.
Para que un espectáculo funcione sobre un escenario no sólo hacen falta buenas ideas, imaginación y medios; se requiere además algo fundamental como es el sentido teatral y que lo que se cuenta posea una estructura dramática. Colors carece de esa estructura dramática, falta que lastra de principio a fin la idea de Mariscal de sumergir al público en una explosión de colores y sonidos.
El espectáculo narra de forma cronológica el desarrollo de los colores primarios a partir de la nada, el negro, a través de una imaginativa historia llena de humor e ironía que narra un omnipresente robot, Dimitri, que habla y canta con la voz del galáctico Jaume Sisa. Mariscal humaniza con gran acierto a Dimitri haciendo de él un robot imperfecto, que se equivoca y que a menudo se le cruzan los cables, pero su presencia constante sobre el escenario y el hecho de que su voz metálica sea la única que se oye en el espectáculo de forma constante acaba por convertirlo en monótono.
Junto a Dimitri coexisten siete miembros de la tribu de los Feliches de Buena Vista, unos seres mudos, juguetones y saltimbanquis, siempre sonrientes, a los que el director de escena, Pep Cruz, relega prácticamente en todo el espectáculo a realizar un papel redundante con respecto a lo que en la pantalla, la verdadera protagonista, se está narrando.
Cuando los Feliches se interrelacionan con la historia que Mariscal narra, el espectáculo se crece y cobra vida. Sin duda, el mejor momento es cuando, tras la explosión del color amarillo, todo se convierte en naranja y aparece una luz, que los Feliches intentan cazar con un embudo. Cuando lo logran, se convierten en una especie de alquimistas hasta conseguir crear la bombilla, que aparece en forma de una lámpara de mesilla de noche, y a la que encierran en una caja e inventan la noche americana, que da paso a un bonito y sugerente vuelo rasante por una metrópoli estadounidense.
El protagonismo principal se lo lleva la pantalla en la que se proyectan las imágenes y en la que los colores surgen y se mezclan creando formas geométricas. Del negro de la nada al rojo pasión desfilan en la pantalla los signos geométricos, pictogramas, el op art, el pop art, las amebas y protozoos de los documentales de la televisión, y toda la familia Mariscal al completo, desde los Garriris, Piquer Lucas y Fermín, que se pasean por los colores, hasta Twipsy, la mascota que el diseñador ha creado para la exposición universal del año 2000 en la ciudad alemana de Hannover.
Los efectos sonoros no suplen las carencias de la falta de una sólida estructura dramática, pero consiguen, como en el caso de la lluvia, crear ambiente. Las músicas originales del compositor francés afincado en Barcelona Pascal Comelade-Jaume Sisa, que en boca de Dimitri canta un bolero al color naranja, así como la banda sonora de Sergi Porter, con mezclas de canciones que van de Jimmy Hendrix a Boney M., cumplen eficazmente.
De aquí al 1 de octubre, fecha en la que en el teatro Principal de Vitoria se inicia la gira del espectáculo por España, que lo ha de llevar a finales de octubre al Festival de Otoño de Madrid, Mariscal tiene cinco semanas para realizar los retoques pertinentes y convertir Colors en verdadero espectáculo teatral.
Babelia
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