Incendio
Puesto que de buena fuente se nos dijo que el cielo ya no existía, que no era un lugar, sino un estado del alma, decidimos fabricarnos un cielo a nuestra medida esa mañana de domingo y después de bañarnos en alta mar con las velas acuarteladas entre azules esenciales, ya en tierra pusimos unos pulpos secos a la brasa y, cortados en láminas muy finas, derramamos sobre su carne aceite virgen de oliva y unas gotas de limón. Con este paraíso de fabricación casera remediamos el vacío metafísico y mientras un grupo de amigos ya habíamos logrado alcanzar una momentánea salvación eterna por la gracia del pulpo seco a la brasa, alguien recordó que junto con el cielo también el infierno era sólo un problema mental. Lo dijo Protágoras: el hombre es la medida de todas las cosas. En efecto, cuando un comensal afirmó que el fuego eterno había sido apagado recientemente por los teólogos, en ese instante comenzamos a oler a humo y al correr las cortinas pudimos ver que estaba ardiendo el monte de al lado. Entre la humareda avanzaban las llamas sobre ese parque natural que era patrimonio del espíritu y a medida que se iba quemando cada cerro y el viento traía lenguas de fuego por todo barranco ardía también nuestra memoria y en ella quedaban calcinados aquellos días felices que se desarrollaron en esos parajes. Después de haber sido apagado el fuego del purgatorio y del infierno, ahora acaba de ser declarado también definitivamente derrotado el demonio, según el último parte de guerra del Vaticano. Ya no existe ese Príncipe de las Tinieblas que tanto juego daba a nuestra imaginación. Quienes se sientan liberados del espanto de ultratumba deberían pensar que con el cambio hemos salido perdiendo. Aquellos cuentos de terror teológico nos obligaban a seguir siendo niños, pero ahora toda la escatología ha adquirido un carácter cotidiano. Del mismo modo que el Apocalipsis puede producirse con un resbalón en una piel de plátano, el demonio puede ser ese señor sonriente que te cede el paso en el ascensor. Si el limbo es esa playa desierta donde cada grano de arena contiene el alma de un inocente, el infierno será ese valle que florecía lleno de perfumes agrestes en los veranos de tu juventud y que ahora, después del incendio, es similar a tu alma carbonizada. Los terrores de ultratumba han sido transferidos a la tierra. Ya son humanos. ¿No será esto una maldición?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.