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Reportaje:

La taberna del tiempo infinito

POSTALESLa calle es por la tarde una violenta bofetada de calor. El blanco de las casas reverbera hasta cegar la mirada. Las esquinas de Sevilla dibujan perfiles temblorosos como espejismos. La gente busca la sombra de las callejuelas y los bares. En El Rinconcillo, la taberna más antigua de la ciudad, da vueltas un ventilador con un entusiasmo adolescente. Es el artilugio más moderno de un local de más de 300 años donde la historia se mezcla con la leyenda y donde la sombra combate con ahínco la invasión de la luz. John Ford dio una lección en El hombre que mató a Liberty Valance: en el Oeste la leyenda siempre prevalece sobre la historia. Quizás en El Rinconcillo pasa lo mismo. "Pocos datos hay del siglo XVII. Leyendas puede haber muchas, pero datos reales... Eso es otra cosa", dice Javier de Rueda, que se encarga de la gerencia del local y es hijo del dueño, Carlos de Rueda. Las leyendas del Rinconcillo, que está situada en la céntrica calle de Gerona, hablan de un artista de la escuela de Velázquez que acudía a la taberna a pintar. Rueda no recuerda su nombre. A continuación, el gerente del local, como si quisiera mitigar los excesos de la fantasía, relata un hecho en el que, a su juicio, prima lo real sobre lo ficticio. "Aquí, según se dice, se escribió el pregón por excelencia de Sevilla. Lo escribió Rodríguez Buzón por los años cincuenta. Hay datos fehacientes de que Rodríguez Buzón venía aquí a escribir parte de su pregón", indica el gerente del Rinconcillo. Hay otras leyendas menos dulces. Muchos sevillanos cuentan que Queipo de Llano usó El Rinconcillo en la guerra civil como punto de encuentro de su carrusel de sangre e hipérbole. Los soldados rebeldes daban vueltas y vueltas por la ciudad para ofrecer la falsa impresión de un ejército grandioso, de una hueste pavorosa a la que no merecía la pena oponer resistencia. "Según mi familia, lo de Queipo de Llano no es cierto. Pero, bueno, tampoco sé hasta qué punto se puede decir que sea verdad o que sea mentira", explica Rueda. El Rinconcillo fue fundado en 1670. Más de tres siglos de vino, de sueños y de alegría se intrincan aún entre los azulejos. En el comedor privado hay azulejos que, según cuenta Rueda, datan del siglo XVII. Son una treintena de dibujos que muestran escenas del Quijote. Una gran barra de madera ha sido durante 60 años el escenario de confidencias y jolgorios. "Antiguamente, la cocina no era tan fuerte en El Rinconcillo como hoy. Se bebía vino y había chacina. La taberna tenía su propia bodega. Hoy en día la gama es más amplia. Para el tapeo hay bacalao con tomate, espinacas con garbanzos y pavías de bacalao. Trabajamos mucho los guisos caseros: garbanzos con bacalao, fabada...", dice Rueda. "En los años sesenta El Rinconcillo era el bar que nunca cerraba. Había una entrada secreta que se cruzaba con una contraseña. A las cinco de la mañana te encontrabas en El Rinconcillo con todo el mundo", relata Rueda. Unos azulejos más modernos reproducen un magnífico anuncio de Anís del Mono que data de la época de la Exposición de 1929. Una maja lleva de la mano a un mono. El simio, satisfecho de su compañía, sostiene bajo el brazo una botella de anís que, a su vez, debe de reproducir la historia de la maja y el mono hasta el infinito. Es el espacio y el tiempo que nunca terminan. Como El Rinconcillo.

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