¡Música!
¿La afición es melómana?Llega uno a estas plazas de feria, como Bilbao, y lo que más llama la atención es las ganas que tiene el público de oír música. La corrida entera se la pasa pidiendo música.
Se diría que el público de Bilbao y de la mayoría de las plazas feriantes no tiene tanta afición a los toros como a la música. He aquí el dato: toros no los exige para nada; en cambio música se pasa pidiéndola la tarde entera.
Apenas esboza el torero los prolegómenos de la faena de muleta, ya empiezan a oírse gritos de ¡Música! y luego es la plaza entera coreando "¡Mú-si-ca, mú-si-ca!", a ritmo sincopado con estruendoso acompañamiento de palmas. Y, en cuanto consigue que la banda rompa a tocar, prorrumpe en una cerrada ovación. Luego todo es Jauja.
Pilar / Espartaco, Rivera, Juli
Toros de El Pilar, tres y tres: 1º, 5º y 6º bien presentados, resto no; sospechosos de pitones, inválidos en diversa medida, aborregados. Espartaco: dos pinchazos, otro bajo y descabello (aplausos y saludos); bajonazo (silencio). Rivera Ordóñez: estocada caída (minoritaria petición y vuelta); estocada caída y rueda de peones (ovación y salida al tercio). El Juli: pinchazo hondo trasero y descabello (vuelta con protestas); bajonazo descarado perdiendo la muleta (oreja).Plaza de Vista Alegre, 17 de agosto. 4ª corrida de feria. Lleno.
Los toreros, por ejemplo, hacen sus faenas al desastrado estilo y se las ovacionan sin parar. Se dio el caso en los tres de ayer. La emprendían a derechazos, despegados y bailones, metían después el pase de pecho y atronaban las ovaciones.
Precisar cual de los tres toreó peor sería difícil si nos referimos a las cinco primeras faenas. Porque la sexta tuvo distintas formas, venía inspirada en otro concepto del arte de torear. La cuajó El Juli: por naturales. Recrea esa faena el artífice paradigmático del toreo al natural que manda hoy en la fiesta y diríamos que es punto y aparte. Bueno, pues El Juli acaso sea punto y coma pero sus naturales no le iban a la zaga.
Dio El Juli la primera tanda entre azaroso y achuchado, mas en las siguientes -que fueron cuatro- se traía al toro toreado, marcaba con mando su recorrido, ceñía las suertes, las ligaba, y tras cambiar de mano -que podía ser mediante afarolado previo-, se lo echaba por delante en el pase de pecho. Finalmente desgració la obra bien hecha al matar de un bajonazo infamante, aunque semejante detalle no le iba a privar de la oreja. Los bajonazos, en estas plazas de feria, antes dan que quitan y se aplauden con el mismo entusiasmo que las estocadas cobradas por el hoyo de las agujas.
Claro que depende de quién sea el autor. Las plazas de feria suelen ser muy discriminatorias. Torean ahí diestros de modesto cartel y arrancar una palma les cuesta horrores. En cambio vienen los que tienen fama y les están jaleando las gracias desde que ponen un pie en la arena hasta que se marchan por el portón de cuadrillas con la satisfacción del deber cumplido.
Con mayor motivo si la fama que traen se debe a razones marginales al toreo. Así, Rivera Ordóñez. Rivera Ordóñez, en la tarde de autos, muleteaba empleando el alivio del pico, pegaba distanciado unos derechazos de fea factura rematándolos hacia afuera y suscitaba frenéticas peticiones de ¡mú-si-ca!, olés clamorosos. Barrunta uno que si este diestro en vez de llamarse Ordóñez se llamara Fernández, no torearía tanto.
No es que le falte voluntad: la tiene. E intervino en quites, lo que ya es mérito tal cual corren los tiempos. Uno por gaoneras no estuvo mal. Aunque en cuestión de quites era El Juli quien protagonizaba las mejores intervenciones interpretando modalidades de sofisticada concepción. Le aplaudieron mucho las chicuelinas al tercero de la tarde, porque las daba de salón. Y ciertamente se ajustaba a la realidad de la vida pues no había toro (estaba inválido) y cuanto toreo se le hiciera había de ser de salón. Así el de muleta, que intentó afanoso El Juli, si bien en aquellas circunstancias carecía de interés.
Voluntarioso se empleó asimismo Espartaco, tanto en el cuarto, imposible de torear a causa de su absoluta invalidez, como en el primero, al que dio muchos derechazos y algunos naturales con cierta ratonería y muchas tablas, mientras el público no paraba de aplaudir y pedir ¡mú-si-ca! Y sin embargo -se ignora la razón- no hubo concierto. Lo del toro, que era un borrego despitorrado, podía pasar. Pero dejar a la afición sin música constituía una imperdonable afrenta. Y la armó. Vaya si la armó.
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