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Raíz colombina

Abel Justo Olivera, escultor uruguayo de 60 años, presenta hasta el 5 de septiembre, en el Museo Provincial de Huelva y en el Muelle de las Carabelas (La Rábida), la exposición titulada Raíces invisibles, una antología de su obra. Este escultor, de pelo cano y barba blanca, afirma sin dudarlo: "Yo no creo en nada a estas alturas de la vida". Hace algo más de 20 años tuvo que huir a España perseguido por una dictadura militar. Sus figuras, de arte abstracto, tienen nombres como Mujer inventada, Esqueleto de mar o El amor escondido, y parece como si estuvieran en movimiento, vivas. "Me gusta encontrar la obra a la que no afecta el tiempo, la que tiene la frescura de parecer hecha hoy mismo. Ese es el tipo de esculturas que yo quisiera hacer. Pero creo que pocas veces lo consigo. Que se pare el tiempo, que la obra siempre tenga vigencia. Ése es el objetivo", comentó Olivera. Este escultor, que parece haber sucumbido definitivamente ante al escepticismo, inscribe sus obras en una estética de vanguardia, aunque asegura que nunca ha estado en la lucha contra el arte figurativo. "Es tan válido como el no figurativo de calidad. No se trata de establecer diferentes corrientes plásticas. Pero resulta más complicado inventar que copiar. Inventar tiene mucha canela", asegura. Y añade: "Yo no he elegido la abstracción. Ella me ha elegido a mí. La abstracción es un mecanismo mental, invisible. Me lo invento todo y, si dentro de esa inventiva, alguien puede decir que es abstracción, pues fenómeno. Pero yo no parto buscando un resultado concreto. No pretendo que mi trabajo se traduzca en cosas bonitas. De ninguna manera. Yo trabajo de otro modo, como los niños, a puro impulso". Ahora, Abel Justo Olivera prepara dos nuevas exposiciones, en Barcelona y Valencia, y luego tiene la intención de retirarse a su escondite en Granada. A Barcelona llegó hace unos 20 años, con la policía de su país en los talones. "Salí pitando de Uruguay, como otros. Allí, los artistas, los intelectuales, constituyeron para el régimen una molestia en un momento determinado. Cuando la represión acabó con los focos más violentos comenzaron a perseguir a los que consideraban revoltosos, medio artistas, gente a la que creían, en cierto modo, peligrosa. Me dieron un par de días para que me marchara de allí. Pero he aguantado eso y mucho más. Llegué en barco a Barcelona, muy ligero de equipaje. No sabía qué hacer. Después recalé en Madrid y estuve dando tumbos hasta que encontré un escultor, Ramón Molina, que me acogió y me ayudó. Pero las pasé canutas. También viví en Huelva y en Punta Umbría, donde fui muy feliz y encontré gente hospitalaria. Fue para mí, como dice la gente, guay del Paraguay", concluye.

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