Canadiense enamorada de España
Ya son diez las ocasiones en las que la canadiense Réjeanne Paré Côté ha venido a España a perfeccionar su castellano. En las siete últimas tuvo como destino Alicante, y en las tres anteriores estudió en Santander, Salamanca y Valencia. La Comunidad Valenciana es, por tanto, el lugar de España que mejor conoce esta mujer que durante el resto del año reside en Quebec y recuerda los momentos vividos en estas tierras con la ayuda de su colección de 300 casetes de música española. Tiene de todo, desde Luis Eduardo Aute hasta No me pises que llevo chanclas, sin olvidar las inevitables sevillanas o el flamenco. Réjeanne está enamorada de España y le encanta Alicante. Ansiosa por aprender, protesta porque el Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad de Alicante no haya organizado más excursiones para los alumnos que estudian sus cursos de castellano. Quiere conocerlo todo y por eso se compra casetes y libros. Mientras Réjeanne está en Alicante se adapta a la vida de aquí. "No quiero parecer diferente", señala, y cuenta que lo único que no puede cambiar es el desayuno. "Para mí, lo que hacéis aquí no es un desayuno. En Canadá se come también carne, queso... cuando vengo me traigo mantequilla de cacahuete para aportar proteínas a mis desayunos", dice. A la vuelta se lleva algunas costumbres en la maleta y convence a su marido para ponerlas en práctica. Lo consigue: el matrimonio come y cena cada vez más tarde, el aceite de oliva ha pasado a formar parte de su dieta, que se ha visto enriquecida con platos como la tortilla de patatas y el cocido. Réjeanne sólo compra vino español, y todos los libros que lee (las novelas de Eduardo Mendoza se cuentan entre sus favoritas) están escritos en la lengua de Cervantes. Antes de venir, Réjeanne imaginaba a los españoles más distantes e indiferentes, pero al conocer a los valencianos ha podido comprobar que no es así. "Aquí la gente es más abierta que en Granada", dice. Aunque la primera impresión que damos es de ser distantes, es una sensación que desaparece al cruzar unas palabras. Lo que más le gusta. La gente, que es muy simpática. También la playa (la de Alicante la encuentra un poco sucia y prefiere zambullirse en otras aguas, como San Juan, Calpe o Altea), el ambiente del Paseo de la Explanada y el puerto y la ciudad de Alicante. "Ver el paisaje urbano desde el castillo de Santa Bárbara es muy bonito", afirma. En general, señala que en todas partes ha podido encontrar "algo bonito" y que nunca ha tenido experiencias negativas. Lo que más echa de menos de Canadá. Los grandes lagos, que constituyen uno de los principales atractivos de la geografía canadiense y aquí no puede encontrar. Lo que más le chocó al llegar. La arquitectura, muy diferente de la canadiense, que es más del estilo americano. Nunca había visto tantos castillos y fortalezas hasta que llegó a la Comunidad Valenciana. También la tierra es diferente, muy seca. Y la cocina, donde el aceite de oliva tiene un papel protagonista. Tampoco sabía que aquí conviven dos idiomas. "Creía que en España sólo se hablaba castellano, y para mí fue una gran sorpresa descubrir existían no dialectos, sino idiomas que se estudian en las escuelas", cuenta. Cómo nos ve. Muy abiertos y sencillos. "Yo aquí ando como Pedro por su casa, no tengo ningún problema con la gente", asegura. Sin embargo, nota que los hombres son más machistas, aunque también más vitalistas. "Supongo que será cosa del mar", concluye.
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