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Le métèque

MARTA SANTOS Dicen que la sorpresa es una reacción poco habitual en nuestro tiempo. Hace poco no me sorprendí, sino que me pasmé. Un ciudadano alemán se ha sentido molesto por un artículo mío titulado Guiris y publicado en estas mismas páginas el pasado 7 de agosto. El hombre dedujo que yo estaba poniendo a los turistas extranjeros como hoja de perejil, después de haberse leído el texto con literalidad. No me gusta teorizar demasiado sobre la expresión literaria y su función, aunque es un tema sobre el que suelo reflexionar. En mi artículo Bufones, publicado el 15 de marzo, citaba a Leo Bassi como ejemplo de lo que considero que debe ser el arte en general: un bate para remover la basura a través de la provocación. El actor italiano, denostado y admirado por igual, utiliza en sus espectáculos pedazos de chocolate disfrazados de caca para provocar en el espectador reacciones primarias, a la manera del mejor cine de terror. Supongo que el mejor modo de exponer la ridiculez de ciertos comportamientos, como la xenofobia, es mostrar su esencia aberrada: la caricatura de la imagen destilada. Provocar en el público, en mi caso a través de la palabra, una reacción visceral. Nadie que conozca mis ideas puede creer que hable de extranjeros que visitan nuestra tierra porque se interesan por su cultura, su paisaje, su lengua, su gastronomía, con un lenguaje tan atroz de una manera llana. A nadie se le ocurriría escribir "Mola, escultor" en la agenda de un turista, ni describirlo seriamente con un lenguaje tan gráfico, sin la doble intención de mostrar el tópico caricaturizado. En realidad, ese personaje -no persona- ni siquiera existe y la idea se me ocurrió tras enterarme por casualidad de que, efectivamente, la estatua del tigre del edificio de la Ribera, que yo había visto fotografiar a turistas, fue el logotipo de una empresa de bicicletas. A estas alturas, el racismo contra el árabe o el africano es demasiado políticamente incorrecto para molestarse ni en contradecirlo, mientras que en nuestra cultura meridional permanece el tópico-postal sobre el turista nórdico: un tipejo rubio y andrógino, molesto e ininteligible, que parece estar ahí para que le cobren veinte duros de más por una cerveza. No conozco ningún hostelero que haga eso, del mismo modo que no conozco ningún extranjero que se parezca tanto a su propio tópico. Como ya he dicho, no me gusta demasiado teorizar, de modo que voy a aplicar un ejemplo práctico; el reverso literario del guiri. "Un español con patillas onduladas y chaqueta de pana fue a París. Llevaba una maleta atada con cuerdas y fumaba un cigarrillo que había encendido rascando la cerilla en su propia barba. Fue a pedir trabajo en la Renault, pero le rechazaron por gitano, vago y maleante, acogiéndose al mismo Código Civil que había creado Franco. Se moría de hambre, porque todos los españoles en París se han muerto siempre de hambre, de modo que entró en una frutería y robó una naranja, porque todo español que se precie se mete a ladrón o a funcionario. El frutero salió corriendo detrás y llegaron los gendarmes, que estaban cerca requisando un alijo de navajas introducidas por un grupo de renegridos maquis exiliados, que daban un asco que para qué. Lo detuvieron, lo llevaron a comisaría y le arrancaron las uñas una a una". Como dijo el mismísimo Georges Moustaki en su canción Le métèque: "Lo único que se le puede hacer a un inmigrante que roba una naranja es arrancarle las uñas, faltaría más". Si hay alguien que no entienda esto, que venga Gunter Grass y lo vea. msantos@www.gopher-web.com

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