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Puente de literaturas XAVIER MORET

Tiene un bigote a lo Buffalo Bill y una mirada de horizontes lejanos. Le gusta resaltar que es del sur de los Estados Unidos, como William Faulkner y Pearl S. Buck. Desde 1972 vive en Sant Cugat y se siente tan identificado con la literatura catalana que desde el pasado mes de mayo es secretario del PEN Català. "La gran literatura viene de los grandes escritores", señala, "y no necesariamente las grandes lenguas producen los mejores escritores. A través del PEN puedo trabajar para defender todas las literaturas y, en especial, las minoritarias como la catalana". "Vine por primera vez a Cataluña en 1969, a los 17 años", explica. "Lo hice por medio de una escuela, la Philips Academy, que patrocinaba un programa de estudios en el extranjero. Tenían una escuela cerca de París, otra en Barcelona y una tercera en China. Mi hermano estuvo en la de Francia y volvió con unas grandes patillas, fumando Gauloises y recitando a Verlaine.Yo me decanté por Barcelona y al poco tiempo fumaba 46 y leía a Lorca y a Maragall". Si Abrams eligió Barcelona fue porque en la escuela había decidido estudiar castellano, pero una vez aquí enseguida se dio cuenta de que también había otra lengua. "El catalán fue una sorpresa para mí", admite. "No veía claro si era un dialecto o una lengua, ya que soy del sur de Estados Unidos y allí el dialecto se convierte en una especie de conciencia cultural. Pensaba que el catalán era algo parecido". Abrams no tardó en darse cuenta de que el catalán era algo distinto. Como parte del programa de estudios, residía con una familia catalana que, "por si quedaba alguna duda, se llamaban Català de apellido". "Tenían tres hijas muy catalanistas", recuerda Abrams. "Una de ellas, Marta, fue la primera mujer de Albert Boadella. Los entendía cuando hablaban conmigo, pero no cuando hablaban entre ellos, pero primero pensaba que se debía a mi poco dominio del castellano". A través de la familia Català, Sam Abrams fue adquiriendo conciencia de lo que era Cataluña y de lo que significaba su literatura. "Desde Estados Unidos no se sabía nada de la literatura catalana", comenta. "Incluso la enseñanza de la literatura castellana estaba mutilada y, con suerte, sólo llegaba hasta Lorca y sus gitanos. De literatura contemporánea, nada de nada". Tras un curso en la Philips Academy de Barcelona, Abrams volvió a Estados Unidos con la pretensión de estudiar en la universidad una Literatura Española que tuviera en cuenta el catalán. Sin embargo, al comprobar el nivel de los estudios de este tipo en su país, optó por volver a Barcelona y matricularse en Hispánicas en la Universidad Autónoma. "Al ver que me interesaba la literatura catalana, en mi país me miraban como si fuera de otro planeta" -se ríe-. "Supongo que este interés se debió en parte a que mis abuelos eran emigrantes del este de Europa. Por parte de padre procedían de Rusia, y por parte de madre, de Rumanía. Gastaban un modelo cultural parecido al del Mediterráneo". Mientras estudiaba Hispánicas, Abrams trabajó como profesor de lengua en el Instituto de Estudios Norteamericanos, donde acabó dirigiendo una colección de traducciones. "Antes los norteamericanos no entendían que yo hablara catalán", dice, "pero ahora esto ha cambiado, ya que coincide con una ola de respeto a las minorías en Estados Unidos. Incluso alguno me ha dicho que fui muy listo al ser de los primeros". Abrams afirma tener vocación de "hombre puente". "El año pasado publiqué un libro sobre el centenario de Marià Manent y, al mismo tiempo, un estudio sobre la literatura india en lengua inglesa", apunta. "También hice un curso sobre poetas de todas las lenguas en Nueva York. Soy por naturaleza curioso y, aunque estoy enraizado en la cultura anglosajona, la mía, estoy abierto a todas las literaturas. Nunca sabes dónde saldrá un poeta fantástico". Para él, "la literatura catalana tiene talla y está en un buen momento". Cita de corrido a unos cuantos autores que le gustan: Marià Manent, Feliu Formosa, Maria Àngels Anglada, Joan Margarit, Maria Mercè Marçal... "Hay poetas de gran calidad, pero la gente siempre piensa que lo mejor está fuera", dice. "Si el sistema educativo favoreciera el conocimiento de la poesía, podríamos olvidarnos de la collonada de los premios, que todo lo ensucian". En su opinión, "la sociedad catalana es una sociedad cerrada", aunque él siempre se ha sentido bien acogido. "Me ha costado", dice, "pero creo que ahora soy un miembro más o menos normal de una comunidad intelectual. Además, últimamente el país se ha abierto. Por ejemplo, es impensable que hace veinte años le hubieran dado el Premi d"Honor a un poeta como Palau i Fabre. Ahora todo es más plural". Cuando sale sobre la mesa el tema de la política, Abrams recuerda los duros años del franquismo y comenta: "La gente vivió tan intensamente la transición que se ha desilusionado cuando la vida política se ha desarrollado con normalidad. Por otra parte, creo que estamos en un momento clave en el que hay que volver a discutir el catalanismo. Tiene que haber cambios y un debate político, pero no lo veo por ninguna parte". Con la perspectiva que da pasar más de veinte años viajando entre Cataluña y Estados Unidos, termina Sam Abrams: "Primero había un enorme choc cultural. Salías del aeropuerto en Estados Unidos y veías unos coches enormes y grandes autopistas. Ahora las cosas ya no son tan diferentes. Tengo la sensación de que se han evaporado muchos litros del Atlántico y de que las distancias se han acortado. Estados Unidos se ha acercado a la cultura mediterránea y aquí están más cerca de la cultura norteamericana".

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