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Reportaje:EXCURSIONES

La sinuosa línea verde

Fresnos, chopos y alisos festonean las amplias curvas que traza el río antes de desembocar en el Jarama

Borges dejó escrito que la etimología es una disciplina tan interesante como inútil: "Saber que cálculo, en latín, quiere decir piedrita y que los pitagóricos las usaron antes de la invención de los números, no nos permite dominar los arcanos del álgebra; saber que hipócrita era actor, y persona, máscara, no es un instrumento valioso para el estudio de la ética". Quizá no sirva, pues, para ningún propósito útil saber que meandro viene de Máiandros, río de Asia Menor renombrado entre los antiguos griegos por su curso asaz tortuoso, mas nadie que lo sepa dejará de sentir en su interior el eco de esa remota voz al anunciar: "Vayamos a los meandros del Lozoya". Hay palabras que multiplican el sabor de la realidad.Con ese buen sabor de boca, vamos a acercarnos hoy al término de Patones para remontar el tramo más sinuoso y recóndito del río Lozoya, el de los meandros que embarazan su curso entre la presa del Pontón de la Oliva, junto a su desembocadura en el Jarama, y la de la Parra, siete kilómetros aguas arriba. Cerca de dos horas nos llevará seguir su enrevesado cauce entre paredones verticales de roca caliza, primero, y agrias laderas de pizarra, después. Una soledad perfecta y un tremendo silencio, sólo roto por la espantada del corzo o por la súbita ventolera que hace tremar el follaje del bosque de ribera, son los grandes alicientes de esta excursión. Desde la explanada que se utiliza como aparcamiento al pie del Pontón de la Oliva, subiremos a la presa por una rampa lateral de piedra caliza y recorreremos sus 72 metros de coronación para comenzar nuestra andadura río arriba por una especie de pasarela que hay adosada a la pared del cañón. Impresiona, vista desde aquí, la obra de la presa -una siniestra mole de sillería levantada por reos entre 1851 y 1858, y que al poco se reveló inútil por las filtraciones del terreno-. Impresionan los renegridos cantiles en los que prueban sus difíciles habilidades los escaladores. E impresiona, lo que más, caminar por este balconcillo que, por las trazas, debe de ser coetáneo de la presa. Un pelín de canguelo sí que da.

Al final de la pasarela, el camino continúa como senda por una pequeña terraza de la margen derecha de Lozoya, brindando ahora vistas aéreas del grandioso meandro que en este punto describe el río; un río que, a estas alturas del año, es casi teórico, agostado no tanto por la pertinaz sequía como por los cinco grandes embalses -Pinilla, Riosequillo, Puentes Viejas, El Villar y El Atazar- que acaparan todo su caudal aguas arriba. Y así se da la cruel antinomia de que, para que nosotros nademos en la abundancia -piscinas, jardines, campos de golf...-, el bajo Lozoya se muere de sed. Tras rebasar un nuevo meandro, nuestra senda se adentra en un espeso soto de fresnos, chopos y alisos, a cuya sombra resulta dulcísimo pasear picoteando zarzamoras. Como a media hora del inicio, enlazaremos con una cenicienta pista de servicio del Canal de Isabel II, que habremos de seguir en lo sucesivo. Y en otra hora más de camino, siempre a la vera del río, llegaremos junto a la presa de Navarejos, que fue construida a espetaperros inmediatamente después que la del Pontón de la Oliva, cuando los ingenieros se vieron incapaces de atajar las fugas que hacían ésta inservible.

Un kilómetro más adelante, la pista se extingue ante la presa de la Parra (1903), que a su vez sustituyó a la de Navarejos en la pantanosa tarea de suministrar agua a la capital a través del canal del Lozoya. Poco más arriba está la presa de El Atazar (1972) y, tras su murallón de 134 metros de altura, todo el agua que le falta al bajo Lozoya. Pero no hay camino que lleve hasta ella por el fondo de estos tortuosos desgalgaderos, erizados de pizarras, jaras y soledades. Sólo hay el vagido del aire encañonado, que se aferra tembloroso a los pretiles orinientos de la presa de la Parra, como quejándose por el triste sino del Lozoya, sin agua que llevarse a los meandros.

Camino fácil y llano

- Dónde. El Pontón de la Oliva se halla a 66 kilómetros de Madrid y tiene rápido acceso yendo por la carretera de Burgos (A-1), luego por la N-320 hasta Torrelaguna y finalmente por la M-102 hasta el límite de la región, pasando por Patones de Abajo. Hasta este último pueblo llegan los autobuses de Continental Auto (teléfono 913145755), que salen del intercambiador de la plaza de Castilla.- Cuándo. Paseo sencillísimo de unas cuatro horas de duración -14 kilómetros, ida y vuelta por el mismo camino-, sin apenas desnivel

-Pontón de la Oliva, 726 metros; presa de la Parra, 760-, que es recomendable para gente de toda edad y condición física en cualquier época del año. En verano, el bosque de ribera ofrece buena sombra y agradables rincones para el descanso y el almuerzo.

- Quién. Domingo Pliego es el autor de Excursiones para colegios por la provincia de Madrid, guía de senderismo editada por Desnivel en la que se propone una variante de esta excursión, con salida del poblado de la presa de El Atazar y llegada al Pontón de la Oliva.

- Y qué más. Cartografía: hoja 20-19 (Valdepeñas de la Sierra) del Servicio Geográfico del Ejército, o la 485 del Instituto Geográfico Nacional; mapa Sierra Norte, de La Tienda Verde (Maudes, 23 y 38).

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