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CUENTOS DE VERANO Amor futuro

A. R. ALMODÓVAR "La cadena de televisión británica SKY ha entrevistado a jóvenes de ambos sexos seleccionados por ordenador en busca de la "pareja ideal". Invitados a la Costa del Sol, al final del verano se comprobará si se ha formalizado alguna pareja".(De los periódicos, 24.7.99). Ignoramos cuál sea la naturaleza bioquímica del amor. Quizá preferimos ignorarlo. Quizá la feromonas y otras sustancias demasiado evidentes no complacen a nuestro deseo de un algo indómito. Y aunque sospechemos que todo se reduce a un encuentro fortuito de moléculas que andan a la deriva, nos satisface más la intuición de un rayo incoercible, aquél que Eros arrebató al padre Zeus en uno de sus descuidos, precisamente amoroso. Así que nada de computerizar los parámetros genéticos de cada cual y que, en un futuro, baste preguntarle a la máquina quién de los vivos se corresponde con la cavidad receptiva de otro quien. Y que la máquina nos diga Albuquerque, Nuevo México, Paradise Hills, 73, 4º A. Y ella, que anda por Málaga, protegiéndose del sol con una crema total, abre la carta que a punto está de volver ilegible con el agua que mana de sus cabellos, tras la ducha, y conoce que un tal Freddy Lovington, pelirrojo gimnasta de mantenimiento, le aguarda desde el fondo inevitable de la química. Cierto que, como ha ocurrido ya millones de veces, el encuentro de los dos desconocidos predeterminados sería agradable, acompasado al ritmo de ochenta y tres espasmos por coito y remate en orgasmo simultáneo. Pero Rosa, que así se llama nuestra estudiante de Filología, se niega y rompe la misiva. Está secretamente enamorada de su profesor de Latín, un asturiano errático de cincuenta años, especialista en Lucrecio. A nadie le dice, Rosa, lo que ha pasado, y finge que nada ha pasado. Pero la Gran Máquina no olvida. Y Freddy, que recibió la misma información, ya ha emprendido el viaje que los dictados superiores ordenan. El gimnasta se introduce un chicle en la boca y asiente en su interior. Es un buen chico. Rosa, en cambio, se pierde. Sabe lo que le puede ocurrir y cambia de domicilio sorpresivamente. Desorienta a sus amigas y a sus padres, con señas falsas. También fabrica una nueva identidad. Freddy no entiende. Deambula por la ciudad luminosa. En una terminal de la Máquina introduce su tarjeta e informa de lo ocurrido. La Máquina le indica que regrese. Rosa ya sospecha que la buscan por otros parámetros: los efluvios menstruales, algún cabello que se le escapa. Se embadurna con ungüentos exóticos, se afeita la cabeza, el pubis. Y lo consigue. Desorienta también a la Máquina, y el Sistema decide engañar al buen chico americano, que acaba casándose con una elemental camarera de origen nicaragüense, pariente biológica de Rosa, a partir de unos tíos bisabuelos que emigraron a América hacia 1860, desde Málaga. Y Rosa se hace libre, pero la máquina aguarda, implacable, a que recupere su identidad. Entretanto, el profesor de latín ha decidido abandonar la existencia, y Rosa, al enterarse, decide vagar de por vida, cambiando de lugares y camuflando sus efluvios. Hasta que para poder sobrevivir acaba prostituyéndose en un lupanar de Albuquerque, Nuevo México, enamorada frenética de su libertad de amar.

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