"Tolerancia cero" ante el crimen en Nueva York
El escenario es un piso de Queens, un tranquilo barrio de clase obrera separado de Manhattan por el East River. Hasta las seis de la mañana, era el hogar de un matrimonio y sus tres hijos. Ahora, siete horas después, excepto por el hecho de que las camas están sin hacer, todo parece limpio y ordenado, todo da la impresión de una vida de familia feliz típicamente norteamericana. Fotografías enmarcadas de niños sonrientes en la pared. Osos de peluche en el sofá. Vídeos de Disney amontonados junto al televisor. Todo parece normal, hasta que se mira más de cerca la alfombra y se ven las profundas manchas rojas, hasta que se entra en la cocina y se encuentra a un policía, vestido de astronauta, que está midiendo un cuchillo largo y grueso. "Hoja: 18,7 centímetros", dice, mecánicamente. "Mango: de madera, 11,2 centímetros". Otro agente, también vestido de astronauta, asiente. Apunta las medidas en absoluto silencio. El siguiente procedimiento consiste en que el segundo inspector hace fotografías del cuchillo. Luego, el primero, que lleva guantes de plástico blanco, envuelve al cuchillo en papel marrón, lo asegura con cinta adhesiva y pone el paquete a un lado con cautela. Después, los policías dedican su atención a un jersey empapado de sangre. Empiezan de nuevo a medir y a hacer fotografías. Si no fuera por la sangre y el cuchillo, y por los indicios evidentes de que aquí ha sucedido algo terrible, podría ser una pareja de científicos de la NASA que examinan muestras lunares. Están vestidos, de la cabeza a los pies, con monos brillantes de color blanco, hechos de una cosa que parece papel sintético; el mismo material que envuelve firmemente sus pies. Se trata del uniforme de trabajo de los agentes especializados que pertenecen a la Unidad del Escenario del Crimen (CSU, Crime Scene Unit) del Departamento de Policía de Nueva York. Cuando se comete un asesinato en cualquier punto de una ciudad en la que se producen muchos menos de los que solían, una pareja de agentes de la CSU se apresura a acudir al lugar. Su tarea consiste en recoger y catalogar las pruebas proporcionadas por muestras de sangre, fibras de cabello o huellas de pies, y anotar los ángulos de entrada de balas y cuchillos. Necesitan una precisión de cirujanos, andar con cuidado para no contaminar las pruebas y tener siempre en cuenta la posibilidad de que les interrogue el abogado defensor en el tribunal. El inspector jefe Kevin Perham, oficial al mando de la CSU, está en el escenario del crimen y observa cómo trabajan sus agentes. Habla casi en un susurro para no romper su concentración. "En los viejos tiempos, cuando había mucho ajetreo, nos limitábamos a decir: "Está claro, ha habido un apuñalamiento, alguien ha confesado, así que hacemos un par de fotos y nos vamos". Y pasábamos al siguiente asesinato, y luego a otro, y luego a otro. Ahora, estos chicos llevan aquí cinco horas. Así es como se supone que se deben hacer las cosas. Y disponemos del tiempo necesario para hacerlas bien. Hasta este momento, éste ha sido el único asesinato producido en Nueva York en el día de hoy". Para la víctima o el asesino es un consuelo muy escaso, pero las estadísticas muestran un descenso espectacular del número de asesinatos en Nueva York en años recientes. En 1990, la ciudad sufrió 2.262 asesinatos. En 1998, la cifra fue de 629, la más baja desde 1964. Los datos muestran también que el porcentaje de asesinatos cometidos dentro del ámbito familiar o entre personas que se conocen ha aumentado. Hoy día, en Nueva York, es mucho menos probable que a uno lo asesine un desconocido. En este caso de Queens, una madre ha matado a su hija. Según los dos policías presentes en el lugar, Nisin Quaisi, una inmigrante palestina de 34 años, se peleó con su marido a primera hora de la mañana. Hoy mismo iban a divorciarse con arreglo a la ley islámica, que suele conceder la custodia de los hijos al padre. Nisin Quaisi se iría a vivir seguramente con su familia y se convertiría en una marginada social, con pocas posibilidades de volver a casarse jamás. Es evidente que ella consideraba esa perspectiva peor que la muerte. Según su propia confesión, dio una puñalada a su hija de cinco años, que murió de forma instantánea. Después se asestó dos puñaladas en el estómago, en un vano intento de suicidio. Su marido tardó demasiado en intervenir. Sus chicos gemelos de seis años no pudieron hacer nada más que mirar, probablemente llenos de horror e incomprensión. "Parece un caso claro", explica Perham, con la naturalidad de un hombre para el que esos horrores son el pan de cada día, "sin embargo, de este caso podemos extraer una lección interesante, que es uno de los motivos por los que está disminuyendo el número de asesinatos en Nueva York. Hemos abordado el caso con tanto empeño como si se desconociera la identidad del asesino. Y, al fin y al cabo, ¿quién nos asegura que, para cuando el asunto llegue a los tribunales, los abogados defensores no propondrán una interpretación distinta de los hechos? Así que lo importante es que ahora tenemos tiempo para preparar un caso lo más atado posible, mientras que antes, debido a las presiones del trabajo, era más normal que dejáramos cabos sueltos". El oficial que dirige la Unidad del Escenario del Crimen, un hombre de 41 años y aspecto juvenil, cuyo aire informal hace que parezca mentira que tenga a 68 agentes a sus órdenes, afronta su trabajo como un empresario. Y ésa es la clave, en su opinión, de que Nueva York sea hoy la más segura de las grandes ciudades en EEUU; mucho más segura que Chicago, por ejemplo, cuya población es tres veces menor y que el año pasado tuvo 100 asesinatos más. "Lo importante es la responsabilidad", dice Perham. "Medimos el éxito por los resultados. Los comandantes de policía son responsables de cada crimen. Si uno le dice a su jefe: "Fantástico, sólo hemos aumentado en cinco robos este mes", el jefe responde: "¿Quéee?". Es como ser vendedor en IBM y decirle al jefe que las ventas sólo han descendido en cinco. Queremos disminuir el número de crímenes de la misma forma que IBM quiere aumentar sus ventas". En la actualidad, el mercado es menos salvaje, pero el mensaje que llega desde arriba, desde el despacho del alcalde Rudolph Giuliani, es que no hay que caer en la autocomplacencia. "Los jefes sufren muchas más presiones para examinar cada crimen en profundidad, analizarlo hasta el detalle. En 1998 hubo en Nueva York 20.000 delitos menos que en 1997, pero el número de escenarios del crimen a los que acudió la CSU disminuyó sólo en 60. Lo cual quiere decir que ahora nos ocupamos de cosas que antes habríamos dejado pasar. Ahora vamos a tiroteos que no han causado muertes. Mis chicos están tan ocupados como siempre". Antes de este puesto, Perham dirigía la brigada de la comisaría 75, que ha tenido tradicionalmente el mayor índice de asesinatos de todo Nueva York. Su éxito en ese distrito le valió la promoción de inspector jefe. Y no sólo entiende la teoría de la lucha eficaz contra el crimen, sino que ha puesto en práctica los métodos introducidos por Giuliani. La base fundamental es una política popularmente denominada tolerancia cero, que parte del principio de que dejar las infracciones menores sin castigo lleva, inevitablemente, a crímenes más graves. "Perseguimos delitos que antes ignorábamos", explica Perham, "y obtenemos resultados. Por ejemplo, pongamos que encierro a un tipo que se ha colado en el metro. Es frecuente que esté buscado por alguna otra cosa, así que permanece en la cárcel cuatro o cinco días, o quizá queda fuera de circulación durante más tiempo". "Digamos que es un ladrón. Un buen ladrón hace dos trabajos al día. Si se le encarcela durante una semana por colarse en el metro, hay 10 o hasta 14 robos menos. Si se multiplica por 100, por 1.000, así es como desciende el número de delitos. Además, cuando un individuo está en prisión, no está pegando tiros, ni recibiéndolos, ni comprando droga". "Lo que hemos encontrado es que la gente que se cuela en el transporte comete otros delitos. Los que disparan y asesinan no pagan en el metro". Pero la política del debate sobre la tolerancia cero y su filosofía no es asunto de Perham. Lo que a él le interesa, en relación con la juventud, es que la epidemia de crack y cocaína de principios de los noventa ha remitido, un dato que es, en sí mismo, otro factor importante para la disminución del crimen. "La potencia de la droga es menor, los camellos cortan el crack para obtener los máximos beneficios. De modo que siguen existiendo adictos, pero más apaciguados. Ha subido el uso de marihuana, que tiende a calmar a la gente. El primer caso que vi, hace unos años, fue el de un judío, un buen chico que había matado a su abuela en plena locura causada por el crack. Ahora no están tan pirados". Salvo en casos como el de la agradable mujer árabe, en los que las circunstancias ordinarias de la vida se hacen tan insoportables que provocan una locura muy superior a la de cualquier droga. Harán falta fuerzas más complejas y profundas que los buenos deseos y el trabajo esforzado del inspector jefe Perham, o la meticulosidad de cirujanos de los agentes vestidos de astronautas, para que ese tipo de crímenes desaparezca de la faz de la tierra.
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