El error
A. R. ALMODÓVAR La política es un arte tan diabólico que en cuestión de milímetros puedes equivocarte para siempre. Luego, eso sí, tienes toda la vida para lamentarte. Con este siniestro pensamiento, soplado entre las sábanas por algún espíritu maligno, se despertó aquella mañana de verano el Príncipe Aznarín. Y en la sofocante duermevela, no pudo evitarse el corolario: "Pues sólo llevo tres años de arrepentimiento..." Todavía, con las brumas cálidas que atosigaban su mente, trató de recordar en qué fatídico instante, pleno de euforia poselectoral, decidió castigar a aquellos malditos andalusíes por no haberle votado lo bastante. Y qué inmenso placer de Estado le había inducido a cometer tan craso error. Apenas recompuesto de la pesadilla de alborada, se levantó, se ordenó un poco el pijama, y fue hasta la mesa del despacho. Allí activó en su ordenador personal la clave que sólo él, y su fiel escudero Arenín, conocían: PSA: Plan Secreto para Andalucía. De un simple vistazo, como solía por su natural inteligente, se hizo cargo de las previsones: "Nada de renegociar deudas históricas. Financiación autonómica: si prefieren el modelo anterior, ya se enterarán de cómo se manejan los modelos desde Madrid (y los mecanismos correctores). Nada de reconocerles el censo verdadero, lo que les hará perder más de 300.000 millones. Demorar las grandes inversiones públicas todo lo posible. Nada de subidas de pensiones. Enredar con papeles esa extravagancia del AVE para Málaga. El pantano de Melonares, sine die. (Que lo sevillanos le pidan agua a Chavelón el Malo); por cierto, a éste no lo recibiré en los cuatro años. Además, contamos con un aliado gratis en Julio Anguita el Iluminado. Y por si fuera poco, pasearemos por allí a nuestros lustrosos ministros y ministras los fines de semana, prometiendo todo el oro del que cagó el moro. Como que son un poco tontos estos moriscos..." Mas he aquí que los desbarajustes habían sido de tal calibre tras el 13-J, que se imponía llamar a consultas al huidizo Arenín. Muy malhumorado estaba el Príncipe aquella mañana, y con muchos disimulos de garganta el subordinado. -Supongo que tendrás una explicación -farfulló el superior, derramando sus ojitos chiquitines por la mesa. -Esto... alianzas antinaturales, señor... -¡Mira que te pego un capón! ¡Que no tengo el cuerpo pa ruidos, leche! ¿Cómo es posible que hayamos perdido tantas cosas? Asturias, Baleares, Aragón...¡y Sevilla! Que esto parecía un parte de guerra, joder. ¿En qué nos has equivocado exactamente? -Exactamente... -El fiel escudero empezó a sudar como un corderito al horno. -Está bien -se sintió amargamente derrotado el del Triste Bigote-. Tómate unos días de descanso.- Ya se incorporaba el andaluz, cuando la voz más sosegada del Jefe, aunque herida por un gallito traidor, le volvió a preguntar. -Dime, ¿por qué no nos aman? -¿Quién, señor? -¿Quién va a ser, carajo? ¡Todo el mundo!
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