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Tribuna
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La guerra

Rosa Montero

Hace una semana, Alejandro Miguel Alonso, de 30 años, fue condenado a diez años de prisión por intentar matar a puñaladas a su esposa, de la que estaba separado. Ya la había golpeado anteriormente, e incluso después de ser apresado siguió amenazando a su ex mujer: "Me da igual que me detengáis: en cuanto que esté en la calle vuelvo y la mato".Hay bastantes mujeres españolas que se llaman Ana Belén: fue un nombre de moda. También debe de haber montones de recién casados con la misma foto de bodas que se hicieron Alejandro y Ana Belén. Viene reproducida en el periódico: dos pipiolos guapitos, de apenas veinte años, él de oscuro con una flor en la solapa, ella de traje blanco. Están de espaldas al fotógrafo, cogidos de la mano y mirando a la cámara por encima del hombro; en el suelo, sobre la recolocada cola del traje de organza, está depositado el ramo de la novia. Se trata de una foto absolutamente convencional, un retrato totémico del deseo de felicidad y de futuro. Es tan elemental la imagen que duele contemplarla, conociendo como ahora conocemos el calvario que Ana Belén vivió. Por eso, por el mero y doloroso embrujo de esa foto feliz, he resaltado este caso de entre todos los otros casos similares. Mujeres torturadas, apaleadas, quemadas vivas. Ya digo que hay muchas Anas Belenes en este mundo. En España, han muerto 25 en lo que va de año. También Alejandro es común. Cuando la patología social del machismo se concentra en un individuo también patológico, se producen sujetos de este tipo. Antes se limitaban a martirizar y lisiar a sus mujeres durante toda su vida; ahora, además, las matan. Pero las matan porque ahora las mujeres se van, porque se niegan a aguantar el maltrato como antes; de hecho, casi todos los homicidios tienen lugar cuando ellas se separan. Pese al horror de la situación, es un avance: porque la mayoría consigue salir con bien del infierno doméstico. Estamos en mitad de una guerra callada, de un combate librado por mujeres heroicas contra la brutalidad de sus maridos. Están solas, en primera línea y no se rinden: y entre todas están cambiando la sociedad.

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