A Leticia le cuesta soltar el rodillo
El Museo del Grabado de Marbella realiza por primera vez un curso para niños de entre siete y 12 años
A Leticia le cuesta soltar el rodillo aunque no sea de su propiedad. Esta niña de ocho años lo maneja con toda soltura a pesar su corta edad. No en vano participa desde principios de julio en un curso artístico que imparte el titular de tan atractivo instrumento: el Museo de Grabado Español Contemporáneo de Marbella. Hasta finales de este mes una veintena de chavales de entre siete y 12 años estarán entre tinta de impresión y cartulinas para aprender los gajes de la técnica. "Esto está vivo", comenta Leticia cuando una fuerza mayor, la de la gravedad, le hace perder por un instante el control del artefacto. Y cuando Germán Borrachero, el profesor, se agacha para recogerlo con firmeza ella exclama: "No ha sido por mi culpa es que a ti te tiene cariño". El Museo ha realizado en 12 ocasiones cursos para adultos, pero es la primera vez que intenta llevar el arte a los más pequeños. Las diferencias son claras: no sólo deben velar más por su seguridad -los punzones y materiales abrasivos están prohibidos- sino que el método pedagógico es también distinto. "Los niños te sorprenden todos los días, son más creativos. A los mayores les puede costar llegar a la abstracción porque no la entienden. Los chavales en cuanto se dieron cuenta de que el tema estaba en el color empezaron a hacer figuras abstractas", dice el profesor. Aún así no deja todo en mano de la espontaneidad. El curso está perfectamente diseñado. Comienzan experimentando de forma individual con las escalas cromáticas para pasarse luego a entamponar cartulinas tintadas en el papel. La última semana la dedican a coordinarse entre ellos. La obra común que están realizando es un grabado inspirado en el antiguo Hospital Bazán, el edificio del siglo XVI, que alberga el museo. Los niños se arremolinan sin coordinación excesiva en torno a los rodillos para entintar de colores las piezas que, superpuestas sobre el papel y pasadas por el tórculo, van a dar lugar a la obra colectiva. La mayor pelea: quién gira la manivela del prodigioso aparato. La mayor expectación: al abrir las páginas del periódico cuando ven surgir en el papel un ente arquitectónico con algún churrete que se asemeja sólo vagamente al modelo. "Es guay", comenta Lucrecia, que como tiene 12 años ya ha sugerido que el próximo curso se amplíe la edad de admisión hasta los 13. Ella ya había adquirido experiencia artística en el colegio, pero es la primera vez que se enfrenta al grabado como tal. Lo hace, al igual que su compañeros, en el estudio laboratorio y con las manos embadurnadas de los colores que van a transportar al papel: ocre, azul celeste y rojo. "A mí el grabado me gusta más por el profe. El de óleo era muy gruñón", dice Carlos. Desde luego Borrachero muestra más paciencia que un santo y no se deja amedrentar por Leticia que le mira retadora en una bata de cuadros tan pequeños como ella. "No he entendido nada", dice la artista del rodillo cuando el profesor pronuncia la palabra superponer. Y al ver la copia del Hospital Bazán en la que ha dejado sangre, sudor y lágrimas exclama: "Y esto, ¿no se podría haber hecho más fácil?". Pues no. El que no muestra ninguna dificultad de compresión es Rodrigo. Quizás porque ha pasado por el óleo, la acuarela y los pasteles. "Me gusta el arte desde pequeño", dice como si con ocho años ya hubiera superado esa etapa y menciona una interminable lista de artistas que va desde Miró a Dalí. "Mi abuelo pinta muy bien y él me enseñó". No es para menos el maestro de su profesor particular, dice, fue Rafael Romero de Torres, "el hermano de Julio". Borracherro, que también es un artista del rodillo y técnico del Museo, sabe bien de lo que habla: "Los niños son muy competitivos entre ellos y se miran mucho los unos a los otros". Sobre todo a la hora de repartir las obras realizadas en las horas de clase y que terminarán colgadas y enmarcadas en las paredes de algún salón. En cuanto uno quiere una, en el resto también levanta el fervor. "Hay que hacerlo por lotería", comenta salomónico el profesor. La segunda que más fascinación levanta es la de los churretes. La primera: una pluma entintada en colores estampada en un trozo de cartón y que demuestra eso que ha explicado antes el profesor de los niños y la abstracción.
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