Pío, pío
Begoña Aguirre lo revelaba ayer en estas páginas: los primeros guetos para los rumanos que malviven en Madrid se levantan junto a dos enclaves ejemplares de la capital, a saber, una mina de sepiolita (mineral utilizado como absorbente para las defecaciones de gatos) y el basural de Valdemingómez. De todo lo cual se colige que las instituciones se están comportando con una impiedad bíblica ajena al Nuevo Testamento y a los sentimientos humanitarios más elementales. Ya está bien de tanto meapilas que besa el culo a los santos y castiga a los que no tienen donde caerse muertos. Cuando el catecismo tradicional preguntaba qué es orar, había que responder: "Es levantar el corazón a Dios y pedirle mercedes". Los rumanos que merodean por aquí (y otros muchos expoliados de diversos países) elevan cada día los ojos al cielo para pedir clemencia, techo y algo que llevarse a la boca. El cielo, en vez de mandarles un humilde 600, les da Mercedes por duplicado: Mercedes de la Merced, que es pía (lo cual no quiere decir que sea agente secreto). Como todo el mundo sabe, también el alcalde es muy pío. ¡Menudo pollo está montando con las personas que llegan aquí huyendo del hambre y del horror!
Suponiendo que nuestro municipio sea un corral, las gallinas no ponen huevos, son cobardes; se les va la fuerza por el pico. La gallinita está ciega y ubica a los menesterosos en cloacas donde ni los gatos se atreven a mear. Las autoridades provocan bochorno sonrojante. Y no sólo las autoridades; también se les ve el rabo a algunas asociaciones de vecinos. Se pide que la asignatura de religión sea obligatoria. Por lo visto se refieren a una secta que omite las obras de misericordia. Algunos capitostes son católicos, apostólicos y romanos, pero no rumanos. Entre civismo y cinismo sólo hay una diferencia, la uve de la victoria y de la vergüenza. A los rumanos, primero les chupó la sangre el conde Drácula, y ahora les vampiriza el desamparo en el baluarte de la cristiandad. Pío, pío.
Uno se sonroja, Pío Baroja.
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