_
_
_
_
Reportaje:PLAZA MENOR - ESPARTERO

Filántropos y espadones

Donde Alcalá se bifurca y se resigna a perder una buena parte de su protagonismo, un poco más allá de la muy loada y cantada puerta carolina, se yergue poderosa la estatua ecuestre de don Joaquín Baldomero Espartero, príncipe de Vergara, duque de la Victoria, marqués de Morella, conde de Luchana y regente de España por breve periodo, que los libros de historia llaman progresista, durante la minoría de edad de su casquivana majestad Isabel II, de la que había sido valedor y campeón indiscutible frente al carlismo. A don Baldomero, partenaire del caballeroso "abrazo de Vergara" que puso fin a la carlistada, le quitaron su principesca avenida los vencedores de nuestra última guerra civil, entre los que se contaban sus viejos enemigos de cresta roja. Durante la interminable posguerra, esta vía que nace a los pies del monumento se llamó, por mal nombre, del General Mola, otra autoridad, militar por supuesto, pero de muy distinta catadura. A Espartero le quitaron la calle pero le dejaron la estatua, al fin y al cabo era un colega y llevaba mucho tiempo muerto y, por tanto, ya no representaba ningún obstáculo en el escalafón.

El franquismo fue una mala época para los monumentos ecuestres, porque el único contemporáneo monumentalizable a lomos de bestia, el invicto caudillo, hacía muy mala figura a caballo, orondo de talle y corto de talla y de piernas. Embargados de ardor patriótico, o amedrentados por la superlativa personalidad de su insigne modelo, los artistas que recibían tales encargos probaban toda clase de virguerías para corregir a la madre naturaleza sin abandonar el realismo que les exigía. A veces reducían el tamaño del caballo, pero entonces el invicto parecía un señor gordito a punto de deslomar a un poni o un soldado de plomo encaramado en un caballito de tiovivo.

Don Baldomero tampoco era muy alto, según se deduce de una fotografía de 1864 que le presenta descabalgado pero con botas de montar para ganar centímetros y apoyado en un sable que de colgar de su cintura tal vez arrastraría por el suelo. Pero con truco o sin truco, la estatua de Espartero impone por la gallarda apostura del jinete y la arrogante prestancia de su cabalgadura, que, dicho sea sin hipérbole alguna, compite en popularidad con su jinete entre los castizos del Foro que utilizan como patrón oro de la virilidad los ostentosos testículos del équido (tener más huevos que el caballo de Espartero).

El príncipe de Vergara no mira hacia su recuperada avenida ni hacia las confortables selvas del Retiro, sino a la vieja ciudad que fue suya, capital de un país que estuvo más de una vez en sus manos. Caballo y caballero parecen a punto de abordar el túnel subterráneo que es el camino más corto para acceder al centro congestionado de la urbe.

Con esta orientación el héroe da la espalda a O"Donnell y a Narváez, compañeros de armas y enconados rivales políticos que tienen por allí sus calles. Estos "espadones" del XIX que tanto ruido hicieron con los sables son hoy borrosos ecos que perviven asociados con sus respectivas placas del callejero. Con esta orientación el Príncipe también se ahorra la espantosa visión de la insoslayable y fatídica Torre de Valencia, desalmado monolito erigido a mayor gloria de la especulación inmobiliaria, la corrupción administrativa y la absoluta carencia de cualquier tipo de sensibilidad por parte de las autoridades municipales. Contra la ética y contra la estética se levantóeste monstruo que ensombrece el Retiro y borra el horizonte de la Puerta de Alcalá como un menhir levantado por modernos cavernícolas.

El edificio de las Escuelas Aguirre, que delimita las calles Alcalá y O"Donnell, inspira mejores vibraciones aunque hoy dé cobijo a funcionarios del Ayuntamiento y no a niños pobres y sedientos de instrucción como deseaba su fundador, don Lucas Aguirre. Se trata de una construcción singular, de un estilo que más tarde bautizarían como neomudéjar y que algunos cronistas de la época (finales del XIX) llamaban simplemente estilo español.

Don Lucas, al que Pedro de Répide define como progresista convencido y gran filántropo, dejó dispuesto en su testamento que se levantaran en el camino de la plaza de toros unas escuelas "que prueben el amor de Madrid a la Instrucción". Al parecer don Lucas también era un optimista irreductible y una cabeza poderosa, como queda reflejado en el humilde busto situado en el patio frontal del edificio, que debió servir de recreo a los infantes y por el que hoy transitan cachazudos funcionarios y guardias municipales.

El exterior del inmueble, rematado por una airosa aunque modesta torre, posee el encanto de lo artesanal, el vulgar ladrillo se compone en ingeniosas tramas ornamentales, sencillos artificios que alegran la vista y le restan severidad al edificante conjunto. Es un edificio ilustrado, como corresponde a su función, y coronado por una cenefa de flores blancas de piedra que recorre su perímetro.

Las Escuelas Aguirre, hoy consagradas a rutinarias disciplinas estadísticas, han estado varias veces a punto de desaparecer del mapa de Madrid. Su privilegiada ubicación ha sido una perenne tentación para los tiburones inmobiliarios. En su guía de Madrid, Juan Antonio Cabezas dio por realizado un funesto plan que afortunadamente nunca se llevó a cabo, y escribió en su edición de 1971: "Todo este ángulo va a ser en breve reformado. El Ayuntamiento vendió el solar de las escuelas... En el solar de Alcalá y O"Donnell se instalará un rascacielos, semejante al que se está levantando ya en el solar del que fue parque de bomberos (O"Donnell y Menéndez Pelayo), frente al Retiro".

El horror no se consumó, tal vez, ante la oleada de críticas que suscitó la falocrática erección de la Torre de Valencia. Si de resultas de la operación hubieran caído las escuelas, un edificio muy querido por los madrileños, bajo la piqueta municipal, se hubiera armado la del 2 de mayo, o al menos la de San Quintín.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_