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FERIA DE JULIO

Un faenón de Juan Mora

Juan Mora toreó al primer victorino con toda la hondura, con toda la entrega y con todo el sabor que son propios del toreo bueno. De esa faena se hablará mucho en Valencia. Hablarán, naturalmente, los aficionados, para ponderar la abismal diferencia que existe entre el arte de torear auténtico y las interminables retahilas que utilizan los pegapases para convertirlo en sucedáneo.Toreó Juan Mora, sobre todo, al natural. Después de los ayudados recios combinados con parones de una inspirada pinturería, los naturales. Y los dio trayéndose al toro de delante, embarcándolo con temple, cargándole la suerte, pasándoselo ceñido, ligando cada muletazo, construyendo dominadoras y medidas cada una de las tandas. Y luego, los pases de pecho, o las trincherillas, o los recortes echando a tierra la muleta como un desmayo o como un quejío.

Victorino / Mora, Ponce, Liria

Toros de Victorino Martín, terciados y escasos de trapío, también de cuerna y sospechosos de pitones los tres primeros; encastados y nobles en general; 4º, con poder, derribó; 5º, muy flojo y pastueño; 6º manso con genio.Juan Mora: estocada (oreja); pinchazo hondo atravesado trasero caído, pinchazo -aviso- y bajonazo (aplausos y saludos). Enrique Ponce: pinchazo, estocada baja, rueda de peones -aviso- y dobla el toro (ovación y salida al tercio); aviso antes de matar, estocada caída, rueda de peones y dobla el toro (oreja). Pepín Liria: estocada, rueda insistente de peones -aviso- y descabello (oreja); estocada y rueda de peones (oreja); salió a hombros por la puerta grande. Plaza de Valencia, 24 de julio. 7ª corrida de feria. Media entrada. Un faenón de Juan Mora

Más información
Un garbanzo negro

No se quiera ni imaginar el alboroto que tenía montado en los tendidos el toreo de Juan Mora. Siguió por redondos y estos ya casi daban lo mismo. Y volvió a los naturales, igual que antes; y pues empuñaba la espada de verdad (este torero siempre la lleva), al pedirle el toro la muerte se la dio cobrando una estocada por el hoyo de las agujas.

El delirio fue cuando rodó el toro. Volvía la plaza a la realidad de los seres vivos después de esa sensación de eternidad que trae consigo el puro arte de torear. Y resulta que apenas habían transcurrido cuatro minutos. Cuatro minutos sobran para engendrar la grandeza del toreo. Porque el toreo no es cosa de tiempo ni de cantidad. Se habría de ver. Entró a continuación Enrique Ponce, y a pesar de sus muchos pases el toreo no se producía de ninguna de las maneras. Desde que le salió el victorino hasta que lo mató, no paró de correr. Un lance, una carrera; un muletazo, los cien metros libres.El toro era encastado, le pegaron en varas como para matarlo, por momentos parecía gazapón y Enrique Ponce se puso de los nervios. Hacía gestos quejándose de que el toro no se paraba, pegaba manotazos de malos modos a la muleta porque la movía la brisa de Levante, le dio una patada a una banderilla. A las tantas se enteró Ponce de que el victorino era noble y le corrió las mano en los naturales, lo que no impidió que al rematarlos él corriera también. Oyó un aviso... Enrique Ponce es el torero de los avisos. Quizá no exista otro tan avisado en toda la historia de la fiesta. Por la ley de las compensaciones -o por las gavelas que corresponden a quien manda por decreto- el quinto victorino, de agresiva cabeza, sacó fuerzas mínimas, boyantía absoluta, temperamento comertial. Apenas lo picaron y tomó cuantos pases quiso darle Enrique Ponce, que fueron a destajo, no demasiado templados y corridos. Con sus ayudados y el empalme de los pases de pecho con la izquierda instrumentados a toda velocidad, que es fórmula infalible para arrebatar multitudes, principalmente si las multitudes son valencianas y poncistas. Y cayó otro aviso. Y vino la oreja... El mayor beneficiario de la oreja vino a ser, contra todo pronóstico, Pepín Liria, y le valieron el triunfo de la puerta grande. Que lo disfrute. Se analiza su toreo y seguramente saldrá que no era para tanto. Pero nadie podrá negar su ardorosa entrega, la valentía que derrochó con los victorinos. El primero de Pepín-Pepín tuvo nobleza aunque dentro de una casta codiciosa que requería mucho valor y mucho aguante para embarcarla. El sexto manseó en varas, se hizo el amo durante el tercio de banderillas, los peones dieron un sainete con los palos y en la brega, y el animal llegó a la muleta desarrollando sentido. No se trataba de un pregonao (pobres de los toreros si les saliera un pregonao a la antigua usanza) mas se revolvía presto y Pepín Liria, que no dio la batalla por perdida, le retó y le pasó por naturales, hecho un jabato. Todo lo cual provocó en la plaza el delirio, hubo oreja también y Pepín-Pepín pudo salir en loor de multitud por la puerta grande. La casta de los victorinos propició las lidias más intensas de toda la feria. No estuvieron bien presentados y varios pecaron de chicos. Y, sin embargo, a la mayoría les sobró fuerza y bravura para presentar pelea y darle el carné de torero a quien lo supiera ganar. El cuarto derribó con estrépito. Levantó al caballlo a puro riñón, lo campaneó sobre las astas y una vez en el suelo lo corneó hasta dejarlo malherido. Parecía ser otro toro de triunfo y, sin embargo, Juan Mora le aplicó una faena diametralmente opuesta al faenón con que antes había recreado la grandeza del arte de torear. Atenazado por su faceta espesa, siempre estaba citando, destemplaba los pases, se puso pesadísimo... Era comprensible, si bien se mira: uno no tiene por qué ser genial en todos los momentos de su vida.

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