Regreso al monasterio 1.000 años después
Cuenta la leyenda que los vizcondes de Cardona tuvieron un niño y, recién nacido, les dijo: "Dentro de tres días voy a morir. Ponedme sobre una mula blanca y allí donde se pare edificad un monasterio en memoria de san Pedro". Y así lo hicieron. La mula trotó durante varios días hasta llegar a una península formada por un meandro del río Ter en el actual término de Les Masies de Roda (Osona). En el extremo de esta península la mula dejó el cuerpo del niño y allí fue erigido el monasterio de Sant Pere de Casserres. Ésta es una de las muchas leyendas que pretenden explicar los orígenes de esta antigua abadía benedictina edificada en una de las zonas más agrestes de Osona. Este aislamiento ha ayudado, según los historiadores, a que el edificio no haya sufrido modificación alguna en su arquitectura original. Desde esta semana, quienes visiten el monasterio podrán ver, además de sus soberbios muros, cómo se vivía y se trabajaba en un monasterio benedictino del siglo XI que estuvo habitado por los monjes hasta el siglo XV. El scriptorium, la sala capitular, la cocina y el mismo dormitorio de los monjes son algunas de las estancias que han sido rehabilitadas y permiten apreciar con una gran fidelidad cómo se cocinaba, se escribía y se legislaba en un monasterio medieval. Según el historiador Antoni Pladevall, desde el año 1012 hay constancia de la existencia de una comunidad de monjes en este paraje. Para garantizar su futuro, el monasterio quedó unido al patrimonio de la gran abadía de Cluny, uno de los más importantes de la historia de la cristiandad, y se convirtió en el centro de las posesiones de Cluny en Cataluña, sobre el que giraron los monasterios de esta orden en la península Ibérica. Este esplendor se mantuvo hasta finales del siglo XII, cuando se inició una decadencia que se hizo casi irreversible en el siglo XIV, cuando las guerras, la peste negra y el despoblamiento generalizado dejaron el monasterio con solamente tres o cuatro monjes. La guinda la pusieron los terremotos del año 1427, que casi destruyeron la edificación. Abandono A partir del siglo XVI el abandono del monasterio fue total. La finca pasó a manos de un mercader barcelonés y, con los años, partes del monasterio se derrumbaron sin que nadie le diera ninguna importancia. La expoliación de objetos y piedras fue una constante hasta hace poco. En 1991 el monasterio pasó a ser propiedad del consejo comarcal de Osona, que inició la restauración, en la que hasta ahora se han invertido casi 300 millones de pesetas. El recorrido por el monasterio empieza con la proyección de un audiovisual que muestra los inicios, el auge y la decadencia de Sant Pere de Casserres. Más adelante, el visitante se adentra en las estancias del monasterio, que se han reconstruido gracias a documentos que datan de 1410. El arquitecto encargado de la restauración y del proyecto museográfico, Joan Albert Adell, asegura que se ha trabajado con un margen de error del 1%. El museo tiene una marcada función pedagógica y se ha adaptado al monasterio de Sant Pere de Casserres, si bien Adell considera que el proyecto se hubiera podido desarrollar en cualquier otro monasterio románico. Las diferentes estancias se han instalado en el mismo lugar donde estuvieron las originales. En la cocina se pueden ver los pucheros y las ollas similares a las que hirvieron durante horas en contacto directo con el fuego. La mesa del comedor mantiene la distribución en la que se sentaban los diferentes monjes y en el dormitorio aguardan dos camas con un somier fabricado con cuerdas, parecido a los que dieron reposo a la comunidad de monjes de Sant Pere de Casserres. En la sala capitular se ha instalado un trono muy sobrio que da fe de la humildad en que vivía el grupo de religiosos, incluido el propio abad. En un nivel superior se encuentra la cámara prioral, la estancia del abad, donde se tomaban las principales decisiones que afectaban al monasterio. Incluso en esta estancia se puede respirar la sencillez que envuelve todo el conjunto. Una sobriedad que contrasta enormemente con la grandeza del paisaje, con el río Ter a los pies y justo delante de los riscos de Sau.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.