Rodeados
Fue reconfortante leer a Félix de Azúa en su columna Diversión, porque uno a veces diría que este país ha perdido el aprecio por el silencio y sucumbe a un estruendo creciente sin que nadie pestañee. Pero creo que F. de A. se equivoca en su diagnóstico: no se trata de que las víctimas sean los trabajadores y los causantes de las molestias los niños de la burguesía. Es peor. Los padres de los gamberretes nocturnos proceden de todas las capas sociales. De hecho, el amigo que describe en su columna se fue a vivir a "una urbanización bien comunicada"; es decir, pertenece a la amplísima clase media, con fronteras cada vez menos definidas y que ha generado la aparición del último eslabón evolutivo, el homo apareadensis, una evidente regresión con respecto a su antecesor, el homo sapiens sapiens. Dése si no un garbeo por las ciudades de los alrededores de Barcelona y verá. Y es peor también, porque los padres de esos chavales hacen lo mismo que ellos, aunque sus armas no sean la moto y la litrona, sino la barbacoa, la pachanga a decibelio suelto y el vocerío rumboso: la charanga, en palabras de Azúa. Curiosamente, en el mismo número de EL PAÍS (jueves 21 de julio), un artículo en la sección Futuro se titulaba Indicios de que la educación protege el cerebro. ¿Será eso? Volviendo al principio, si su artículo fue reconfortante será porque tengo la sensación de que lo que describe importa a poca gente. O sea, para acabar, y como creo que decía su amigo Vázquez Montalbán: no se trata únicamente de que estemos solos: ¡es que además estamos rodeados!- . .
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