La culpa es de todos
Es difícil creer que no sea posible detener una ejecución equivocada si se sabe que el reo es inocente. Parecen, por tanto, cínicas las declaraciones del consejero del presidente Alberto Ruiz-Gallardón aclarando, mientras el disparate se consume, que de haberlo sabido dos días antes se habría detenido la demolición de los laboratorios Jorba de Miguel Fisac. Pero no nos engañemos, la culpa es de todos. La desaparición de esta obra de uno de los mejores arquitectos de la moderna arquitectura española puede que sirva para poner el acento sobre el modo en el que se elaboran y controlan estos catálogos de obras a proteger.Con este arquitecto se debería haber partido con otro método, la protección integral de toda su obra y desde ella discutir con él mismo y otras personas qué casos se sacaban de dicho catálogo para evitar errores claros. Ha sido al contrario, eligiendo de su producción lo que les parecía mejor. Pero aquí es donde se produce el error anunciado si pensamos que la obra de Fisac no ha sido apreciada como se merecía y ha sufrido temporalmente el desdén, incomprensión o el desprecio de otros arquitectos que representaban otras corrientes y estilos.
Fisac es uno de los raros artistas que ha mantenido en su obra madura una coherencia y continuidad, casi testarudez, digna de elogio. Su obra es una unidad. Ha pagado por ello un alto precio frente a las modas. De pocos arquitectos se puede decir lo mismo. Los más famosos han recorrido desde el estilo Mies al estilo Botta, incluida la famosa vuelta atrás de las líneas históricas importadas de Italia cuando columnas y capiteles clásicos fueron plaga en proyectos y concursos. La obra de Fisac ha pasado de la admiración de los estudiantes y profesionales en los sesenta a un olvido rotundo cuando la arquitectura toma caminos más reaccionarios entre la historia y la referencia literaria. A este maestro los arquitectos del posmodernismo le llamaban públicamente "moderno", adjetivo con el que se le pretendía excluir de la razón y la contemporaneidad. Posteriormente, los jóvenes han vuelto a interesarse por su obra, la moda volvía a darle un nuevo valor. Hoy su figura es cada vez más grande.
Es difícil discernir sobre el arte contemporáneo, el del patio de la vecindad, sin caer en capillas, sectas y grupos de presión que existen con tanta fuerza en revistas y concursos, y más en una profesión empujada desde las escuelas al triunfo en el escenario de los medios de comunicación. Es imposible juzgar objetivamente con la velocidad que requieren los tiempos. El ayer es historia sin darnos cuenta. La torre que se destruye mientras escribo estas líneas, un ejemplo de arquitectura expresionista entre la investigación geométrica y la imagen irónica y publicitaria, es una obra única, como Torres Blancas, y guardaba en su concepción un entendimiento muy profundo de la modernidad. Fisac, paradójicamente, me contaba hace poco con su gran lucidez su infancia en La Mancha antes de nuestra guerra civil, todavía sin luz eléctrica. Estos arquitectos eran héroes que entendían la profesión como un arma hacia el futuro. La desaparición de este edificio es una muestra de intolerancia.
¡No quiero fariseos! Tengo muy buena memoria.
Salvador Pérez Arroyo es profesor de la Escuela de Arquitectura y autor del Faro de la Moncloa.
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