Solidarios con los pobres
JOSU BILBAO FULLAONDO Sin premeditación alguna están coincidiendo en el tiempo, una en Valencia y la otra en Madrid, dos exposiciones que ponen de manifiesto la acción fotográfica como una forma de compromiso social. La Fundación Arte y Tecnología, en Fuencarral 3, ha traído por primera vez a España la exploración en territorios de la vida cotidiana que realizaron los militantes de la Photo League en EEUU. Por su parte, el IVAM presenta una colección del místico Sergio Larrain (Santiago de Chile, 1931), hoy dedicado a la meditación en un pueblo perdido de la cordillera andina. Cada cual en su época, son ejemplo de sentimientos humanitarios llenos de solidaridad, volcados en desvelar situaciones ricas de humildad que emergen en contraste con otros mundos de exhibición, opulencia y derroche. La Photo League comenzó sus actividades a principio de los años 30 y las suspendió por problemas económicos en 1951. Sus componentes dieron los primeros pasos en un momento en que la cultura fotográfica vivía una situación de cambio. Aquellos criterios pictorialistas que prevalecieron altaneros hasta entonces entraban en franco retroceso. La expresión artística se dejaba llevar por corrientes más vanguardistas y el documentalismo se elevaba con fuerza. Plasmar la realidad social y los comportamientos humanos en las urbes en desmesurado crecimiento formaba parte de los objetivos de la League. La aparición de numerosas revistas ilustradas vino a colaborar con la expansión de sus intenciones. El valor informativo de sus documentos buscaba establecer un grado de simpatía y complicidad con el espectador. Reivindicaban mejoras y cambios importantes en la vida de los colectivos más humildes. De esta manera van desfilando las escenas. Las calles de Nueva York ciegan sus aceras por coches aparcados; entre ellos, espacios libres como de ventanas a ras de suelo, dejan ver a un niño chupándose el pulgar y, al fondo, una mujer sentada, bostezando, junto al portal de su casa. Un escaparate anuncia el precio de hermosas hogazas de pan. El zapatero sonríe feliz, le brillan los ojos, entre tanto sus manos curtidas sostienen el bocadillo del almuerzo. La ropa tendida de balcón a balcón da paso a una reducida banda de músicos callejeros. En el baile popular se divierten los jóvenes. El retrato de un chico minero habla de su dura existencia. Así, con gran sutileza, sin hacer hincapié en victimismo alguno, se crea una atmosfera que sacude las conciencias. Larrain, con ascendente vasco, es una de las firmas importantes de ese Olimpo fotográfico que es la agencia Magnum. De trayectoria muy amplia, su exposición ha elegido tres series temáticas que globalmente definen el camino seguido: Los niños vagabundos, Valparaíso y Londres. Además incluye algunos primeros trabajos realizados en Chile, Argentina, Bolivia y una selección de fotos hechas en Francia, Italia e Irán. Se comparan mundos disparatadamente opuestos que, sin embargo, tienen puntos de miseria común. Es muestra suficiente para descubrir la delicadeza del autor en elegir las situaciones. La luz, en límites de ausencia, pide diafragmas abiertos y, con ellos, la breve profundidad de campo otorga velo sedoso a unas imágenes en blanco y negro convertidas en auténticos poemas humanos. No importa el lugar, tampoco el motivo; es la sensibilidad visual de una persona educada por un padre amante del arte, desde el amor a la naturaleza y al hombre, la que encuentra momentos entrañables llenos de profunda ternura. Una verdadera exquisitez coordinada con brillo por Josep Vicent Monzó y recogida en un catálogo que él mismo prologa. Además incluye otros textos, uno de ellos firmado por Pablo Neruda, y algunas reflexiones del fotógrafo chileno que definen su forma de hacer: "Es oficio de comunicar. Sin pretensión. Hacer una cultura objetiva cósmica, recuperando y ordenando nuestro paraíso / planeta, es la tarea, de todos... invitar, proponer,..."
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