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El irlandés pionero

RETRATO,Es una suerte de museo etnográfico, de trastero de cacharros o de hospital robado, como dirían los dados a refranes y dichos. El caso es que no hay un solo bar en todo el Paseo Marítimo de Almería con un olor a rancio más entrañable o con decoración más asentada que la de La Cabaña del Tío Tom, nombre de la taberna inaugurada en 1972 y que permanece impasible al paso del tiempo. Desde su apertura, hace ya 28 años, cada día transcurrido y cada tapa consumida han otorgado al local de una solera imitada ahora por franquicias internacionales que reproducen -bajo impresionantes estudios de decoración y planificación- el efecto desordenado y destartalado que locales como La Cabaña se han ganado a pulso. "Reconozco que lo de las tabernas irlandesas que se han puesto de moda ahora son simplemente eso, una moda. No todo el mundo acude a beber cerveza negra. Van por el ambiente, pero no saben ni lo que beben", se ufana Laureano García Marín, propietario del local. Lauren, conocido así por sus clientes y amigos, eligió con premeditación Almería para instalarse tras su aventura británica de más de diez años. "Cuando yo estuve en Inglaterra, allá por el 65, se produjo un cambio en lo que era el típico bar inglés. Ocurrió lo mismo en Escocia o Irlanda, que comenzaron a decorar con el llamado pop rústico. Eso me dio la idea de La Cabaña". Este madrileño que trabajó en las islas como taxista, lechero, administrador, celador o profesor de español, entre otros, se adelantó a la filosofía del local pensado más allá del mero negocio e inspirado en ambiente agradable, acogedor y llamativo. Eligió Almería "a ciegas", pero confiado en que era la provincia andaluza con mejor temperatura, clima y más horas de sol. Se instaló con su esposa inglesa y la familia de ésta y desde entonces no trabaja porque para él, regentar La Cabaña "no es trabajo". Ahora, miles de objetos -muchos de valor incalculable- revisten las paredes, techos y barra de La Cabaña como huella añeja de las décadas vividas y no sólo decoradas con precipitación y táctica de marketing. "El 75% de los objetos que ves ha sido traído por la gente. Tengo cosas de todo el planeta y muchos simplemente entran para ver y se marchan, como si fuera una sala de exposiciones", se admira el propietario. Entre los enseres más comunes figuran aperos de labranza, utensilios de cocina, jaulas, instrumentos musicales, candiles, cuadros y fotos, barcos a escala, pistolas, relojes de cuco, radios antiguas y platos, muchos platos y jarras de cerveza. "Me han llegado a ofrecer mucho dinero por un solo objeto, pero aquí lo que entra no sale, a no ser que lo roben", apostilla Laureano García mientras exhibe una taza fabricada en 1902 para la coronación de Eduardo VII. "Por esto", cuenta mientras coloca la taza al trasluz para observar la imagen del monarca en la base, "un japonés llegó a ofrecerme medio millón de pesetas". Sin embargo, el "milagro" declarado por el empresario consiste en haber sobrevivido casi una treintena de años en uno de los lugares paradójicamente deprimidos, hasta hace escasos años, de la ciudad de Almería. "La ciudad ha estado históricamente de espaldas al Paseo Marítimo. Y todavía hoy se precisa de mayor disponibilidad: un paso para coches, aparcamientos y, por supuesto hoteles. Es demasiado grande para tan pocos servicios", apostilla.

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