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Lencería fina

JAVIER MINA Hace tres siglos, filósofos como Leibniz y Descartes, por no mencionar otros de menor cuantía como Rorario o Poisson -que no por llamarse así constituía ejemplo de lo a favor o en contra- se enredaron en una compleja y estruendosa refriega a cuenta de si los animales tenían alma o algún grado de inteligencia. Ahora que los animales poseen hasta derechos, y eso antes de que el Transgénesis alumbre lombrices capaces de disputarle la supremacía a Kasparov o ranas susceptibles de desbancar a los Tres Tenores (y sin ayuda de Budweisser), los filósofos se verían confrontados a discutir sobre la inteligencia en otros campos porque hoy, desde los edificios al fútbol pasando por los programas informáticos y algunos flamantes fármacos, todo es inteligente. Lo último son los sujetadores. Según parece, el Reino Unido ha fabricado un sostén que podrá seguir de cerca el ritmo cardiaco y estaría capacitado para enviar señales de disfunción así como la posición exacta de la portadora mediante un sistema similar al de los telefonillos. Dejando de lado los problemas que pueda ocasionar el habitual fuera de cobertura (¿esperará el corazón a que se la den? ¿Discriminará el sofisticado corsé las llamadas de la pasión?) y lo interesante que resultaría un sistema similar implantado en los braslips ya que no para vigilar el corazón, que le pilla lejos, al menos para interesarse por las fechorías de la próstata, podría servir -digo- para que una de nuestras famosas universidades veraneantes montara un curso invitando principalmente a unos cuantos pensadores cortesanos de esos que ya conocen el género por haber frecuentado las páginas de lo que sin ser exactamente lencería cae muy cerca. O tal vez los políticos, quiero decir que podrían entrar en el debate desbancando a los siempre aburridos, fatuos y hueros intelectuales. Por lo menos Arenas, que le ha echado una de cal con morbo al criticar al PSOE de entregarse a pactos contra natura, lo que viene bastante bien al pelo, al pelo del sujetador y otras picardías. Respecto a la inteligencia, y aunque parezca mentira, un buen ponente lo encontraríamos en Iñaki Antiguedad -parece haberse des-pojado de la diéresis como quien se arranca una banderilla- que se ha pronunciado sobre la posible excarcelación de su antigua pero nacional mesa con un bonito sofisma listo para atenazar al TC en una letal paradoja: decrete o no la libertad, habrá decidido políticamente. He dicho que parecía mentira barajar inteligencia y Antiguedad porque Iñaki le ha ganado por la mano al mismísimo Arzalluz que ni siquiera ha sabido fabricar media paradoja -las vacaciones causan estragos- sino que se ha limitado a despacharse con una sosísima sospecha de que hubo y habrá política sobre la mesa. Porque esa es otra. Independientemente del revuelo que pueda causar la decisión del TC (ya veremos cómo prueban que se vulneró el principio de presunción de inocencia), si la mesa sale libre habrá dos, lo que no va a facilitar nada un proceso de pactos en que todos quieren ser la teta y nadie el sujetador. Pero ahí entramos en un terreno resbaladizo, por no decir íntimo, más apto para otra clase de inteligencia. Como por ejemplo la de los animales. Uno de los participantes en la polémica arriba mencionada, el P. Pardies, sostuvo que el alma no era necesaria para andar, comer o quejarse, pero tampoco para hablar ya fuera en un sermón o en un alegato de picapleitos. Podría haber añadido a la lista los mítines o la política de pactos pero entonces no había. Otro, me refiero a otro polemista, el sieur Bayle, soltó textualmente que así como Aristóteles y Platón cuando fueron niños niñeaban, si hubieran permanecido niños hubieran seguido niñeando pero al cambiar al cuerpo adulto filosofaron de ahí que "el alma de un perro, en los órganos de Aristóteles o de Cicerón, no habría dejado de adquirir las luces de estos dos grandes hombres". Moraleja, no viene mal sentar de vez en cuando a un burro en el escaño o, en su defecto, a una bestia sanguinaria. Siempre quedan más aparentes que tangas, sujes y trapos sucios, por mucha inteligencia que derrochen.

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