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El racismo y la sociedad decente JOSEP RAMONEDA

Josep Ramoneda

Ca n"Anglada fue un barrio mítico de la resistencia popular al franquismo. Allí reinaron los partidos de izquierda y los sindicatos cuando en los años del desarrollismo, sin urbanismo y sin control, creció como barrio de acogida de la inmigración interior. Sus movilizaciones vecinales eran noticia en los años del tardofranquismo y en los inicios de la transición. Ahora vuelve con el estigma del racismo. ¿Qué ha pasado? ¿La vieja cultura obrera ha sucumbido al pánico de la precariedad y de la inseguridad personal y laboral? Partidos políticos y asociaciones diversas convocan actos contra el racismo y la intolerancia. La cultura democrática tiene siempre la obligación de dejar claro que el racismo y la xenofobia no pueden tener carta de legitimidad en su territorio. La convivencia civil requiere un marco común de tolerancia y respeto en el que el racismo no cabe. Una sociedad decente, como dice Arishai Margalit, "es aquella que combate las condiciones que justifican que quienes forman parte de ella se consideren humillados". El racismo es una forma especialmente repugnante de humillación del otro. Y el racista, a menudo, es una persona que pensando salir de su humillación se convierte en verdugo. Pero con la simple afirmación de principios no se resuelven los problemas. Y la cultura de la competitividad, que ve al otro sistemáticamente como un enemigo en la lucha por la supervivencia, no contribuye precisamente a que la tolerancia y el respeto calen en las mentalidades. Lo que ha pasado en Terrassa, y antes en otros lugares de la geografría española, es en primer lugar una advertencia: ninguna sociedad está libre del racismo. En el siglo XX, España ha tenido más experiencia de emigración que de recepción de inmigrantes. Se podía pensar que esta experiencia actuaría como vacuna: que se evitaría que los otros sufrieran aquí la marginación que muchos españoles padecieron en el exilio político o económico. Y sin embargo, como en todas partes, cuando en alguna concentración urbana se superan determinados umbrales en el número de inmigrantes extranjeros, aparecen el racismo y la xenofobia. Valga la advertencia. Y cuídense los políticos de jugar de modo demagógico o interesado con estos temas. El fuego prende con suma facilidad. Pero el problema del racismo y la xenofobia es la expresión de conflictos sociales enquistados. Jugar a almas bellas, como en algún programa de radio, repitiendo que tenemos que amarnos los unos a los otros, no contribuye a comprender lo que pasa. El caso de Ca n"Anglada es un buen ejemplo para el análisis. Se trata de un barrio nacido a golpes de especulación en los años cincuenta y sesenta, que se fue degradando y que tiene una densidad muy alta en comparación con el resto de la ciudad. La especulación dio un tipo urbanístico agregado, con pisos pequeños y pocos espacios abiertos. Con el tiempo, los jóvenes que han salido del barrio no han vuelto allí a vivir. Los precios de los pisos y de los alquileres han bajado, con lo cual es un barrio de atracción de inmigración pobre. Esta inmigración ha recibido un fuerte impulso con el crecimiento económico de los últimos años. La construcción y la hostelería en los centros comerciales del Vallès han asumido mucha mano de obra extranjera en la zona. De modo que actualmente el barrio se estructura entre los habitantes históricos, los que llegaron hace 40 años, muchos de ellos ya gente mayor, y un núcleo creciente de inmigrantes magrebíes. En los últimos tiempos ha aumentado el número de inmigrantes ilegales y han aparecido jóvenes sin trabajo que pasan muchas horas en la calle, lo cual ha contribuido a la actitud reactiva de sectores del barrio. En este panorama se podría pensar que la experiencia de los viejos inmigrantes que vinieron a Cataluña del resto de España les hizo comprensivos. Aunque cuando ellos llegaron no se dieran conflictos violentos porque no es lo mismo la inmigración interior de gentes que son del mismo país, profesan la misma religión y comparten lengua para hablarse, también tuvieron que sufrir la xenofobia del desprecio al "charnego". Pero la experiencia señala que cada nueva emigración recibe la agresión de gentes de la inmigración anterior. El que se sintió humillado se puede convertir fácilmente en humillador. Desde esta complejidad de las cosas, la primera cuestión fundamental es distinguir el racismo más o menos espontáneo del racismo ideológico y organizado. Meter las dos cosas en el mismo saco sólo puede favorecer una alianza perfectamente evitable. De modo que hay que exigir a los poderes públicos que actúen decididamente contra las bandas organizadas que aprovechan el conflicto para ponerse las botas de la violencia y de la propaganda racista. La policía, siempre tan dispuesta a ser rigurosa con los magrebíes o los africanos, no puede ser permisiva con estas bandas violentas. Hay un racismo en la represión, sobre el que la sociedad se muestra muy comprensiva, que las autoridades no deberían tolerar. Las instituciones se preocupan ahora de Ca n"Anglada. Es importante que se afronte la reforma urbanística, en parte ya prevista, que permita al barrio recobrar dignidad. Y es importante que se busquen cauces de comunicación e intereses comunes entre todos los habitantes del barrio. Los magrebíes tienen una asociación de vecinos, puede ser una vía de interlocución. Por lo general, en aquellos lugares en que los inmigrantes se han podido organizar para defender sus derechos civiles y laborales los conflictos son menores. Es muy peligroso que un grupo social se sienta acorralado e indefenso. Pero más allá del caso que ahora nos ocupa, hay que entender la advertencia. Una chispa, una pelea en la fiesta mayor, ha provocado este brote de violencia y xenofobia. Hay otros lugares de Cataluña donde esto puede ocurrir. Si se actúa razonablemente, sin pescar en la confusión del rumor sin fundamento por ventajismo político, como ha ocurrido, por ejemplo, en Manlleu, muchos conflictos son evitables. No es fácil, sin embargo, exigir que no humillen a los demás a quienes, en la sociedad de las dos o tres velocidades, están siendo humillados permanentemente.

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