_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las tentaciones de Yeltsin

Pilar Bonet

La élite política de Rusia está en vilo. Se prepara ya para las elecciones parlamentarias (en diciembre) y presidenciales (en el verano del 2000), sin saber si estas últimas llegarán a celebrarse. Muchos están convencidos de que durante las vacaciones de Borís Yeltsin, La Familia sigue urdiendo tramas para que el líder ruso prolongue su poder más allá del fin de su mandato.No existe hoy por hoy en Rusia un camino legal para lograr un retraso de las elecciones presidenciales, y las vías que podrían inducirlo son complicadas o poco probables. La unión con Bielorrusia obligaría a reformar la Constitución; la provocación de desórdenes generalizados -ya sea por por una oleada de terrorismo checheno, por una prohibición del Partido Comunista o por el entierro de la momia de Lenin- podría justificar un Estado de excepción de problemática constitucionalidad; un ataque del enemigo justificaría la ley marcial. Todo ello, no obstante, requiere el apoyo de las dos cámaras del Parlamento ruso. La tortuosidad de los caminos no tranquiliza a quienes presienten visceralmente que Yeltsin no se marchará del Kremlin sin presentar combate, pero no saben lo que guarda en el sombrero este mago amante de los juegos arriesgados. Los analistas y políticos con los que he conversado este mes en Moscú transmitían la impresión de que tras el sopor del verano ruso hay enormes tensiones. Sólo si Rusia llega a unas elecciones presidenciales normales y Yeltsin entrega el poder, se podrá hablar de democracia en ese enorme país, al frente del cual hay un anciano caprichoso y enfermo, que capta la realidad de modo intermitente. Y alrededor de ese anciano hay algo aún más peligroso para Rusia: La Familia, el clan de parientes de Borís Yeltsin, con su hija Tatiana Diachenko a la cabeza.

La desazón de La Familia por los efectos materiales y, tal vez, penales de la pérdida del poder, contrasta con la falta de previsiones legales para asegurar la jubilación de Borís Yeltsin como presidente. Los reiterados intentos de la Duma y el Gobierno para aprobar una "ley sobre el estatus del ex presidente de Rusia" han sido rechazados por la Administración presidencial, casi como insultos. Lo peor, dicen los analistas, es que tan abruptas reacciones no se deben a la falta de preocupación por el futuro, sino precisamente a la dificultad de imaginar ese futuro pospresidencial. Yeltsin se muestra cada vez más susceptible ante las realidades que cuestionan su propio poder y el estatus de Rusia en el mundo. La iniciativa militar rusa en Kosovo le ha revitalizado y el líder, encantado con el general Víktor Zavarzin, ejerce con satisfacción de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Antes de irse de vacaciones, Yeltsin prometió condecorar a todos los militares participantes en la operación de Kosovo. De repente, los oficiales rusos, agobiados por multitud de problemas reales, desde los sueldos a las viviendas, encuentran un nuevo sentido a su existencia. Sobre el telón de fondo de la penuria, el anhelo de los oficiales rusos por llegar a Kosovo tenía un sabor de escapada hacia el espejismo de un imperio desaparecido.

Para que Yeltsin acudiera al G-8 en Colonia en junio, sus colaboradores obligaron a los líderes de los países más desarrollados a representar una comedia y hacer como si Rusia participara de igual a igual en sus decisiones. Los líderes occidentales se prestaron a la farsa, porque ésta no costaba gran cosa y además permitía neutralizar el resentimiento antioccidental que el dirigente ha acumulado debido a la marginación de su país en las decisiones ante Yugoslavia.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

En mayo, Yevgueni Primakov quedó perplejo por la forma en que fue cesado como jefe de Gobierno. "EE UU se está preparando para conquistar Europa, y Rusia necesita otro Gobierno. Haga el favor de dimitir", fue el mensaje que transmitió Yeltsin a Primakov, señalan fuentes cercanas al ex-primer ministro. Como Primakov no comprendiera la relación entre las supuestas intenciones de Washington y su dimisión y se negara a eclipsarse, Yeltsin hizo entrar al jefe de la Administración con el decreto de cese ya preparado y lo firmó. Para perplejidad del cesado, el presidente añadió: "Me gustaría que siguiéramos siendo amigos. Déjeme que le bese, Yevgueni Maximovich".

La relación de Yeltsin con Primakov, señalan las fuentes, ha tenido tres etapas. Tras nombrarle, en septiembre, Yeltsin le animó a que aspirara a sucederle. A fines de invierno, el presidente se mostró irritado por la sospecha de que Primakov abrigaba esperanzas presidenciales e insistió en que lo desmintiera en la televisión. En la tercera, Yeltsin se deshizo de Primakov. Toda la lógica de esta relación, que se ha repetido con otros hipotéticos sucesores, responde a los celos de un hombre que aún podría gastarle alguna broma salvaje a su país. Los Estados occidentales deben hacer algo más que halagar los oídos del emperador y ayudar a La Familia a construir aldeas de Potiomkin para alimentar sueños, que son pesadillas para el futuro de Rusia.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_