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Crítica:23º FESTIVAL DE JAZZ DE VITORIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tórrida jornada caribeña

Abajo los Smith y los Williams, adelante lo latino y los apellidos con zetas. Ése pareció ser el lema de la sexta jornada del festival vitoriano, abierta por el inquieto saxofonista vallisoletano José Luis Gutiérrez en la sección Jazz del Siglo XXI, y continuada, ya en Mendizorroza, por el trío de Danilo Pérez y el grupo de Chucho Valdés, con un tercer especialista del teclado, Michel Camilo, como invitado estelar. El objetivo de reunir a la flor y nata del pianismo caribeño se cumplió de sobra, incluso con una suficiencia algo apabullante.Abrió el evento el trío de Danilo Pérez, lo que equivale a decir que se empezó a contar la historia por el final. El panameño ejemplificó la aventura global, el cosmopolitismo de rompe y rasga que se lanza a destripar prejuicios con los ojos cerrados, pero con la mente despierta y el corazón bien abierto. Pérez siempre está buscando modos imaginativos de serle fiel a la tradición y no le importó reflexionar sentado al borde del cráter humeante de un volcán. Su música sonó a sintonía del nuevo siglo, muy bien entendida también por una sección rítmica joven y entusiasta.

Bastante más conservadora resultó la sesión de Chucho Valdés, con un nutrido grupo de metales y percusiones llamado Jazz en Clave. La cuadrilla de percusionistas se rompió las manos sobre los cueros y el bravo trompetista brasileño Claudio Roditi se dejó los pulmones en cada solo, pero Amalia Caridad Valdés, una cantante de frenesí más bien tosco, se comportó como la reina de la noche cuando ni por modales ni por voz llegaba al papel de comparsa. Por detrás de la pétrea cortina sonora, el piano de Valdés asomó primero con timidez y luego con decidida extraversión.

Espectáculo

Cuando se desatan, los pianistas cubanos no sólo tocan el piano: lo zarandean, lo increpan, le piden que baje la Luna y las estrellas y, de paso, que hagan añicos el firmamento entero. No se ha visto al mejor pianista de la isla, don Rubén González, cometer esos excesos, de modo que la norma debe rezar en particular para los fuertes y modernos, y Valdés es un forzudo virtuoso de sonoridad magna y maneras arrebatadas y percusivas.

Con todo, en un momento dado anunció un homenaje y se pensó que iba a recordar a Duke Ellington en el centenario de su nacimiento, pero finalmente nombró a Gershwin.

No se puede decir que las noticias vuelen en Cuba porque el centenario de Gershwin se celebró en todas partes en septiembre del año pasado.

El caso es que a esas alturas los tímpanos estaban tan dilatados por la descomunal amplificación que casi daba lo mismo escuchar Rhapsody in blue que In a sentimental mood. En esta atmósfera tórrida se puede suponer lo que aportó la impetuosa llegada de Michel Camilo, un dominicano que parece suscribir muchos de los usos y normas cubanas: multiplicar truenos, rayos y centellas por dos. El dúo atacó de entrada el célebre Caravan de Juan Tizol, como si quisiera desatar allí mismo una terrible tormenta de arena. La música tomó entonces una cualidad casi visual y se pudo presentir a los camelleros parapetarse detrás de sus monturas esperando a que escampara. El manisero contribuyó a que el sofocón pianístico arreciara y el remanso soñado sólo llegó en Someone to watch over me, pero fue apenas una breve tregua, rota por otro demoledor Cumbachero. El público, unas 3.500 personas, les despidió puesto en pie.

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