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Lenguas muertas

J. M. CABALLERO BONALD Nos habían tenido engañados. Ahora resulta que la hipótesis comúnmente admitida de que el saber no ocupa lugar, o casi, era falsa. Según algunos educadores de reciente especialización, el saber no sólo ocupa un lugar de considerable amplitud, sino que puede haberlo de un modo tan inmoderado que lo más aconsejable sería renunciar a esa carga. El hecho de ir acaparando saberes puede ser incluso nocivo, ya que el peso que soportan quienes disponen de esos conocimientos, se contradice con las exigencias de un futuro socialmente regulado por toda clase de pragmatismos. No sé si todo eso tiene algo que ver con la patraña geopolítica de la aldea global o con las secuelas más zafias de ese parto de los montes también llamado LOGSE. El caso es que las Humanidades han sufrido un nuevo revés, esta vez con muy ostensibles síntomas luctuosos. No es que la noticia sea inesperada, pero en cualquier caso resulta de una gravedad literalmente deplorable. La supresión del latín y el griego en determinados planes de estudio y el hecho de que en ciertos casos ni siquiera merezcan ser asignaturas optativas, se me antoja un disparate parecido al que se podría derivar de sustituir la metafísica por la física recreativa. Algo así de refinado. No alcanzo a entender por qué intrincados vericuetos pedagógicos se ha llegado a la conclusión de que, una vez admitido que el griego clásico y el latín son lenguas muertas, nada más razonable que enterrarlas. Ni siquiera los altos mandatarios de las multinacionales hablan esos idiomas de museo, de modo que -efectivamente- lo más sensato es prescribir sus exequias. Mejor hoy que mañana. Como nadie ignora, anular, prohibir ciertas enseñanzas ha supuesto siempre prohibir, anular ciertas libertades. Aquel que no podía acceder a determinados conocimientos, tampoco estaba capacitado para elegir sus propias referencias culturales. Y quien carecía de referencias culturales, era apto para la sumisión. Una verdad ciertamente de Perogrullo, aunque ahora no sólo incluya una evidencia sino un veredicto. Sin duda que las lenguas clásicas están siendo tratadas de muy mala manera en los negociados educativos españoles y quizá peor en los andaluces. No andamos ya muy lejos de aquel lema de un tenaz jerarca franquista, un tonto a nativitate, que en un momento de exaltación patriótica reclamó "más deporte y menos latín". Resulta de veras inconcebible que unos señores teóricamente ilustrados decidan derogar, a la vez que la enseñanza del latín y el griego, nuestra memoria lingüística. Es como si hubiesen decidido probar que el español que hoy hablamos no es la herencia última del latín que hablábamos hace mil años y que en nuestro caudal léxico no perviven decenas de miles de palabras originariamente griegas o latinas. Si no somos capaces de seguir reconociéndonos en esas fuentes culturales, es que hemos preferido olvidar nuestra propia vida histórica. ¿Por qué entonces tan desdichada inventiva docente? A lo mejor es que hay por ahí más de un hijo descarriado de la alma máter a quien no le interesa que se sepa que "idiota" quiere decir lo mismo en latín que en español. Ita est.

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