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Tribuna
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La Tercera Vía

Es agradable comprobar que en muchos países ha comenzado un debate que nos lleva "más allá de derecha e izquierda". Su idea básica se describe de varias formas, aunque la designación más actual es la de Tercera Vía. La mayoría de los protagonistas están relacionados muy de cerca con lo que en el Reino Unido se denomina Nuevo Laborismo o, a veces, el proyecto Blair. De hecho, el debate sobre la Tercera Vía se ha convertido en el único juego, el único indicio de nuevas direcciones entre una multitud más bien confusa de tendencias e ideas. Mis comentarios, aunque críticos, se basan, por tanto, en un sentimiento de aprecio por aquéllos que han introducido el juego, y especialmente su principal teórico, Anthony Giddens. Deseo hacer cuatro comentarios.

- 1. El reciente documento firmado por Tony Blair y Gerhard Schröder titulado Europe: The third way - Die neue Mitte [Europa, La tercera vía] comienza con una declaración audaz: "Los socialdemócratas están en el gobierno en la mayoría de los países de la Unión. La socialdemocracia ha encontrado nueva aceptación, aunque sólo porque, al tiempo que mantiene sus ideales tradicionales, ha comenzado a renovar sus ideas y a modernizar sus programas de manera creíble. También ha encontrado nueva aceptación porque no sólo apoya la justicia social sino también el dinamismo económico y la liberación de creatividad e innovación".

Quizá fuera desafortunado que este documento se publicase una semana antes de las recientes elecciones europeas del 10 y el 13 de junio. No sólo se dice que ha creado cierta confusión, sobre todo en los socialdemócratas alemanes, sino que las elecciones europeas, fueran cuales fueran sus defectos y limitaciones, nos permiten calibrar la afirmación de que "la socialdemocracia ha encontrado nueva aceptación". El resultado de estos comicios es esclarecedor. En seis de los quince países de la Unión (Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Irlanda, Italia y Holanda), los partidos socialdemócratas obtuvieron el 20% o menos de los votos. En dos (Francia, Luxemburgo) el 22%-23%. En otros cinco países (Alemania, Grecia, Reino Unido, Austria y Suecia) el voto a los partidos socialdemócratas se situó entre el 26% y el 33%. En España, el 35% de los votos fueron para los socialistas demócratas, y en Portugal, el 43%. Sólo en cuatro de estos países fueron los socialdemócratas el partido más votado, incluyendo en esta categoría a Francia, donde la fragmentación de la derecha permitió que los socialistas de Jospin (apenas unidos entre ellos) fueran el partido más votado, con el 22%.

Sería tentador examinar la fuerza real de los socialdemócratas en los gobiernos europeos (cuando, en cualquier caso, son inminentes los cambios en Bélgica y Luxemburgo). Sin embargo, el argumento más importante es que hace 20 años estos partidos tenían en muchos países europeos el doble de la proporción actual del voto popular. Los socialdemócratas son claramente partidos minoritarios en la mayoría de los países europeos. Incluso en el Reino Unido, la aparentemente amplia mayoría parlamentaria de Blair se basa en el 43% del voto popular.

Desde el punto de vista del análisis electoral, la tendencia real -resaltada por las elecciones europeas- es hacia los partidos no tradicionales, muchos de los cuales no existían hace 20 años. En la mayoría de los países europeos su número de votantes supera el de los socialdemócratas. Es difícil distinguir una tendencia real hacia una nueva cristalización de los puntos de vista electorales.

- 2. Por supuesto, sigue siendo concebible que el conjunto de ideas promovidas por Blair y Schröder encuentre un amplio apoyo. (Puede encontrar tanto apoyo fuera como dentro de los partidos socialistas. A Blair parece irle al menos tan bien con el presidente conservador español, Aznar, como con su colega socialista francés, Jospin). Sin desear reclamar la primera autoría ni mucho menos originalidad, algunas de las ideas de la Tercera Vía no difieren en absoluto de la idea clave planteada en el informe de una comisión que presidí en 1995-1996, titulado Wealth Creation and Social Cohesion in a Free Society [Creación de riqueza y cohesión social en una sociedad libre]. La cuestión clave a la que se enfrentan hoy en día todos los países es la respuesta a la pregunta: ¿Cómo podemos crear condiciones sostenibles de mejora económica en los mercados mundiales sin sacrificar al mismo tiempo la solidaridad básica, la cohesión de nuestras sociedades, ni las instituciones que constituyen la libertad?

La terminología utilizada en los intentos de responder a esta cuestión resulta ya familiar. Necesitamos economías de mercado con capacidad competitiva, y esto sólo se puede conseguir suavizando restricciones y liberando el lado de la oferta de la economía. Necesitamos, además, sociedades que integren a todos los ciudadanos, en lugar de definir una subclase que permanece fuera. Por muy útil que la competencia entre individuos sea para la economía, es necesario moderarla con la solidaridad en las relaciones sociales. El documento Blair-Schröder utiliza una expresión que a mí me parece engañosa cuando afirma: "Apoyamos una economía de mercado, no una sociedad de mercado". ¿O acaso es esto algo más que un desliz estilístico? ¿Desean una sociedad de mando? Si es así, deberían dar un paso en la dirección de Singapur y reducir la importancia, si no poner en peligro, el tercer elemento de un programa de cuadratura del círculo: el de hacerlo todo "en una sociedad libre".

Anthony Giddens sitúa la tarea de alcanzar la combinación de creación de riqueza con cohesión social en el contexto de los grandes cambios producidos por la mundialización, el "nuevo diálogo" con la ciencia y la tecnología, y la transformación de los valores y los estilos de vida. Determina después seis áreas de política de la Tercera Vía: (1) una nueva política o "segunda oleada de democratización" en la que se acude directamente al pueblo; (2) una nueva relación entre el Estado, el mercado y la sociedad civil que los "una entre sí"; (3) políticas de oferta a través de la inversión social, principalmente en proyectos de educación e infraestructura; (4) la reforma fundamental del Estado del bienestar mediante la creación de un nuevo equilibrio entre el riesgo y la seguridad; (5) una nueva relación con el medio ambiente mediante la "modernización ecológica"; (6) un fuerte compromiso con las iniciativas transnacionales en un mundo de "soberanía borrosa".

Hay mucho que decir sobre cada una de estos puntos, y mucho se ha dicho sobre el tema en diversos libros y artículos. El proyecto ha sido descrito como una combinación de política económica neoliberal y de política social socialdemócrata. Probablemente no sea demasiado justo. En algunos aspectos, la característica clave de este esquema, su optimismo, está implícita más que explícita. Yo lo he denominado "mundialización plus", es decir, la aceptación de las necesidades de los mercados mundiales pero añadiendo elementos claves de bienestar. Hay otras formas de describir el esquema subyacente; por ejemplo, haciendo referencia al uso de la palabra "riesgo". Ulrich Beck, otro protagonista de la Tercera Vía, ha mostrado que el riesgo representa tanto una oportunidad como una amenaza para la seguridad, una invitación a la creación de empresas y a la iniciativa al mismo tiempo que una advertencia de incertidumbres. Lo mismo se podría decir de otra palabra favorita en este esquema: la flexibilidad.

Quizá sea aquí donde la Tercera Vía divide realmente a los socialdemócratas. El viejo laborismo ve el riesgo como amenaza y la flexibilidad como inseguridad, e intenta mantener las antiguas certezas. El nuevo laborismo, por el contrario, hace énfasis en las nuevas oportunidades para la iniciativa individual y en la forma en que las personas pueden aumentar su bienestar si aceptan nuevos retos. Se hace aquí evidente por qué el área política clave en disputa es la reforma del Estado del bienestar. También se comprende que el nuevo laborismo puede existir en el Reino Unido y Holanda, pero no en muchos otros países donde son más bien los partidos de la antigua derecha los que tienden hacia la Tercera Vía. La alianza entre Blair y Aznar no es tan sorprendente después de todo.

- 3. La sensación positiva y orientada a un futuro de oportunidades hace de la Tercera Vía un planteamiento atractivo para aquellos que no se sienten amenazados, incluidas las nuevas "clases globales", aquellos que pueden esperar beneficiarse del cambio en las fuerzas de producción. Quizá indica también que no es probable que la Tercera Vía inspire un movimiento de masas, incluso aunque a veces sea útil para ganar las elecciones. Hay algo ligeramente artificioso, casi elitista, en el concepto, que hace que atraiga una amplia atención sólo si va emparejado con métodos casi evangelistas de comunicación. Los spin doctors [equivalentes a los fontaneros de la Moncloa]son en ese sentido esenciales para la Tercera Vía, como lo es el estilo extrañamente religioso de Tony Blair y la brillantez característica de Anthony Giddens y Ulrich Beck. Todos ellos consiguen que las críticas les resbalen sobre una especie de aceite corporal hecho de una curiosa mezcla de inseguridad y dogmatismo. Suelen responder a las preguntas escépticas tanto por referencia a lo que podría o incluso debería ser como señalando las condiciones reales.

Para el popperiano inveterado esto puede resultar bastante desconcertante. Las dudas comienzan por la propia expresión Tercera Vía. Su uso muestra una curiosa ausencia de conciencia histórica entre sus protagonistas, algo que en cualquier caso caracteriza el tipo de liderazgo de Clinton y Blair. La expresión presenta también una desafortunada necesidad de una ideología unificada o en cualquier caso con una etiqueta única. Para muchos de nosotros, por el contrario, la gran liberación de la revolución de 1989 significa que el tiempo de los sistemas ha pasado. Ya ni siquiera hay un Primer, Segundo y Tercer Mundo, sino sólo diferentes intentos de solucionar los problemas económicos, sociales y políticos, y, hay que admitirlo, también diferentes grados de éxito hasta el momento. La Tercera Vía presupone una visión más hegeliana del mundo. Obliga a los que la apoyan a definirse en relación con los demás, en lugar de hacerlo a partir de su peculiar combinación de ideas; y a menudo los demás tienen que ser inventados, incluso caricaturizados para este propósito.

El problema es que en un mundo abierto no hay simplemente tres vías. Hay -como he indicado en otra parte- 101, que es otra forma de decir un número indefinido. A efectos de la política práctica, esto es importante. La cuestión puede ser la misma en todas partes, ya que deriva de condiciones que en gran medida son globales: ¿Cómo podemos conseguir crear riqueza y cohesión social en las sociedades libres? Las respuestas, sin embargo, son muchas. Hay muchos capitalismos, no sólo el de Chicago; hay muchas democracias, no sólo la de Westminster. La diversidad no es un extra opcional de la alta cultura; es algo básico en un mundo que ha abandonado la necesidad de sistemas cerrados y englobadores. De hecho, se podría decir que incluso las políticas que se reclaman de la Tercera Vía son bastante variada. Nadie espera que el canciller Schröder convierta Alemania en otro Reino Unido. Después de todas las reformas, el modelo renano seguirá siendo bastante diferente del modelo anglosajón, y ninguno de los dos tiene por qué convertirse a su vez en modelo para otros. En cualquier caso, no sólo los cínicos han observado que la mejor definición de la Tercera Vía puede muy bien ser lo que Blair realmente hace. Si está a favor de la elección directa del alcalde de Londres, o contra los embarazos de adolescentes, o a favor de la privatización de los ferrocarriles, eso debe de ser la Tercera Vía. Incluso así, sigue planteándose la insistente duda de por qué Blair y sus amigos necesitan ponerlo todo en una cesta. ¿Acaso es demasiado difícil convivir con las oportunidades ilimitadas del mundo posterior a 1989? ¿Ansían los líderes de la Tercera Vía una certeza, al menos en el plano de la mente, que niegan, en el plano de la vida, a sus pueblos? ¿Se supone que todos menos los que están arriba deben aceptar riesgos?

- 4. Dichas preguntas conducen al cuarto y más serio comentario sobre el actual debate político. He leído la mayor parte de lo publicado sobre la idea de una Tercera Vía y cada vez me llama más la atención el hecho de que casi nunca aparezca una palabra -y desde luego nunca en un lugar central- en todos estos discursos, panfletos y libros: la palabra libertad. Se habla mucho de la fraternidad, que de hecho es uno de los temas básicos de la Tercera Vía. Se prescinde de la igualdad como objetivo y se sustituye por la integración social y más recientemente por la justicia. (En ambos puntos, me siento muy atraído por el discurso). Pero ¿y la libertad? Es indudable que los protagonistas de la Tercera Vía afirman que se da por sentada y que está implícita en todo el conjunto. En consecuencia, la libertad hace una breve aparición en la lista de los valores "eternos" de la introducción del documento Blair-Schröder: "La imparcialidad y la justicia social, la libertad y la igualdad de oportunidades, la solidaridad y la responsabilidad ante los demás". Pero entre los valores del momento, no hay sitio para la libertad.

Esto no es accidental. La Tercera Vía no trata de sociedades abiertas ni de libertad. Hay de hecho una curiosa veta autoritaria en ella. En la práctica, cuando Giddens habla de una "segunda oleada de democratización", tiene en mente el desmontaje de las instituciones democráticas tradicionales. Los parlamentos están pasados de moda, su lugar deberían ocuparlo los referendos y los grupos de interés. Las reformas que la Tercera vía hace del Estado del bienestar no sólo implican ahorros obligatorios, sino, sobre todo, la estricta insistencia en que todos trabajen, incluidos los discapacitados y las madres solteras. Cuando no haya disponible un trabajo normal -por no hablar del trabajo deseado- hay que hacer trabajar a la gente retirándole las prestaciones. El documento Blair-Schröder contiene, entre otras, esta curiosa declaración: "El Estado no debería remar, sino dirigir". En otras palabras, no debería proporcionar los medios sino determinar la dirección. Ya no pagará las cosas, sino que le dirá a la gente lo que tiene que hacer. Ciertamente, la experiencia británica proporciona ejemplos preocupantes de lo que eso podría significar.

En cualquier caso, el tema es de crucial importancia en una época en la que hay demasiadas tentaciones autoritarias. Por lo general, la internacionalización de las decisiones y de las actividades significa casi invariablemente una pérdida de democracia. Ni las decisiones del Consejo de la OTAN sobre la paz y la guerra, ni las del FMI sobre Rusia, ni siquiera la legislación del Consejo de Ministros de la UE, están sometidas a controles democráticos; y mucho menos lo está el escenario "privado" de las transacciones financieras mundiales. En el otro extremo, la descentralización raramente significa un aumento de democracia y libertad. Especialmente dentro de cada país, significa más a menudo dotar de autonomía a unos activistas más o menos militantes que a los ciudadanos en general; significa ceder ante el nuevo nacionalismo de líderes autoengrandecidos. Y en el plano nacional, los problemas y las soluciones militan por igual contra el orden liberal.

Entre los problemas, sobresalen la ley y el orden; entre las soluciones, la proliferación de organismos y entes semiautónomos que evaden el control ciudadano. El síndrome de Singapur no está muy alejado de tendencias, incluso preferencias, generalizadas: ¡Dejemos que se ocupen los que están arriba y que nos dejen en paz! De esa forma, la clase política se convierte en una especie de nomenklatura a la que nadie se enfrenta debido a la apatía de muchos; y cuando aquellos que no encajan son silenciados, nadie eleva la voz.

No estoy sugiriendo que esto sea lo que están haciendo los que practican la Tercera Vía, y mucho menos que eso sea lo que propugnan sus teóricos. Pero me pregunto si el curioso silencio sobre ese valor fundamental en una vida decente, la libertad, -antigua, muy antigua libertad si ustedes lo desean- no convertirá involuntariamente este episodio político en un elemento más dentro de una peligrosa evolución. Cuando, al establecer la Comisión sobre Creación de Riqueza y Cohesión Social, insistí en añadir las palabras "en una sociedad libre", pensé en Full Employment in a Free Society [Pleno empleo en una sociedad libre] , de Beveridge, pero también en los síndromes de Singapur.

Hoy en día parece más importante incluso que hace unos años comenzar un nuevo proyecto político con la insistencia en la libertad, antes de dirigirnos hacia la integración y la cohesión sociales.

Ralph Dahrendorf, sociólogo, liberal, fue director de la London School of Economics y es miembro de la Cámara de los Lores. © EL PAÍS / La Repubblica

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