La faraona
J. J. PÉREZ BENLLOCH La alcaldesa de Valencia, la sin par Rita Barberá, emprende su tercer mandato consecutivo con la exultación que la caracteriza. En esta ocasión, con renovados y redoblados motivos: goza de una mayoría de concejales acrecida, ya no sufrirá al ariete de UV, Társilo Piles, su implacable cilicio, y hasta los de Esquerra Unida se abstendrán de importunarla hasta que se familiaricen con los asuntos municipales, lo que lleva su tiempo. El único acoso previsible es el de Ana Noguera, la portavoz socialista, en quien tantas esperanzas hemos depositado. Pero aún este inevitable incordio ha de resultarle llevadero por cuanto que ambas damas se tienen tomada la medida y la crítica, por más que se afile y abunde, no ha de resultarle novedosa ni especialmente agria. Además, ¿qué podría temer, parapetada como está tras la escollera de sus 20 ediles prestos a frenar el menor embate? Así confortada, lo previsible y temido es que a nuestra gentil munícipe se le agudice la megalomanía y se instale en la exaltación permanente de las grandezas y bonanzas de esta ciudad, "una de las más vitales, dinámicas y prósperas de Europa", como gusta describirla con su habitual inmoderación. Y conste que, al margen de un cierto rubor por aquello de la vergüenza ajena, nada he de objetar a tales embelesamientos. El chovinismo, al fin y al cabo, es el tuétano de su discurso, con los réditos electorales de sobra conocidos, y es muy posible que no sepa otro. Tampoco le ha hecho falta, si bien se mira, pues ni la oposición política ni el vecindario le han exigido que cambiase la partitura. Por ello, lo esperable y recomendable sería que, si bien ha de recrearse en la autocomplacencia, no exagerase los trinos por las bondades -ciertas unas, presuntas las más- con que nos ha colmado la Providencia y su sabio gobierno popular. Ya comprendemos que Rita pertenece a la variedad de ediles ensoñadores y una pizca gárrulos que se avanzan a su tiempo navegando sobre una nube de proyectos ambiciosos, condensados principalmente en los grandes despliegues urbanísticos que cimentarán su fama y son, ahora mismo, pasmo de cuantos nos visitan. Con alguna salvedad, claro. Si el viajero es atrapado en un atasco de la nueva y opulenta avenida de las Cortes Valencianas es muy probable que se cuestione la sensatez de los planificadores. Pero se trata de objeciones marginales que no empecen el fuste de los proyectos que se ejecutan o tejen, que también de estos vivimos, pues acontece que nos los venden y hasta inauguramos sin haber puesto la primera piedra. ¿No son una realidad los parques de Cabecera y Central, de tanto como nos han comido el coco prometiéndolos? Alcaldes como estos, como Rita, son los que hacen historia, supongo. Pero raramente nos hacen más felices a los usuarios de la ciudad. Sus altisonantes empeños se compadecen bien con la industria del atobón, por ejemplo, pero soslayan el latido de la calle, que es inconfortable, acústicamente contaminada -ese liderazgo no nos lo quita nadie-, cuando no abandonada, tanto en la periferia como en su centro histórico. No se puede hacer todo y al mismo tiempo, obvio. La alcaldesa ha optado por su querencia faraónica y en ella se recrea. Muchos ciudadanos escuchamos sus exaltaciones y autobombos mientras ensoñamos una Valencia más amable, sosegada y sin tantos delirios.
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